La Ley Espiritual de Marcos el Asceta. (4)

Los hijos del hombre son falsos en sus balanzas para hacer una injusticia (Sal 61:10), mientras que Dios reserva para cada uno lo que te es de justicia.
Ni el que hace una injusticia tiene más ni el que la recibe tiene de menos: ¡Se va el hombre como una imagen y se turba inútilmente! (Sal 38:6 y ss).
Cuando ves que alguno sufre mucho deshonor, debes saber que se ha llenado de pensamientos de vanagloria y corta con disgusto la mies nacida de las semillas de su corazón.
El que aprovecha más de lo debido de los placeres del cuerpo, pagará cien veces más con sus penas por sus excesos.
El que da órdenes debe decir a su subordinado lo que debe hacer. Si éste no lo escuchara, debe preanunciarle los males que lo afligirán.
El que sufre un desprecio por parte de alguien, y no trata de devolvérselo, da fe por esto a Cristo, recibiendo cien veces más en este siglo y en herencia la vida eterna.
El recuerdo de Dios es una fatiga del corazón ejercida por la piedad. El que se olvida de Dios conduce una vida de placeres y se torna insensible.
No digas: “El que es impasible no puede ser afligido.” Pues, aunque no sufre por sí mismo, sufre por el prójimo.
Una vez que el enemigo se adueña de muchos pecados olvidados, obliga al deudor a traerlos a la memoria. Se aprovecha así de la ley del pecado.
Si quieres recordar continuamente a Dios, no rechaces como algo injusto lo que te sucede; deberás soportarlo como algo que te aqueja justamente. La paciencia por intermedio de todo evento suscita el recuerdo. Pero el rechazo degrada el sentir espiritual del corazón y, mediante el relajamiento, produce el olvido.
Si quieres que tus pecados sean perdonados por el Señor, no proclames a los hombres ninguna virtud que tú posees; porque lo que nosotros hacemos por las virtudes es lo que Dios hace por los pecados.
Cuando hayas escondido una virtud, no te exaltes como si tú hubieses hecho justicia. Porque la justicia no es solamente esconder el bien, sino también no pensar en nada de lo que es prohibido.
No te alegres cuando haces bien a alguien, sino cuando soportas sin rencor la contradicción que a ello le sigue. Porque así como la noche viene después del día, así los males siguen a las buenas acciones.
La vanagloria, la concupiscencia y la voluptuosidad no permiten que una buena acción permanezca inmaculada, a menos que éstas no caigan antes, gracias al temor a Dios.
En los dolores que no hemos buscado se esconde la misericordia de Dios, que atrae al que la soporta hacia la penitencia y lo libera del castigo eterno.
Algunos, obrando según los mandamientos, esperan poder ponerlos sobre uno de los platillos de la balanza para que hagan de contrapeso con los pecados; otros, con su obrar, hacen propicio a Aquel que ha muerto por nuestros pecados. ¿Cabe preguntarse quién de ellos tenga un recto sentir?
El temor a la gehenna y el ansia del Reino nos procuran soportar las cosas penosas; esto se produce no por nosotros mismos, sino por parte de aquel que conoce nuestros pensamientos.
El que tiene fe en las realidades futuras se mantiene alejado de los placeres sin que nadie le dé órdenes. El que es incrédulo, se torna voluptuoso e insensible.
No digas: “¿Cómo puede llevar una vida voluptuosa el necesitado, si no le surgen ocasiones?” Porque es posible vivir una vida tal, aun más míseramente, por medio de los pensamientos.
Una cosa es el conocimiento de las cosas y otra es el conocimiento de la verdad. Así como el Sol es distinto de la Luna, así el segundo conocimiento es más ventajoso que el primero.
El conocimiento de las cosas se produce en proporción al cumplimiento de los mandamientos, mientras que el conocimiento de la verdad, en la medida de la esperanza en Cristo.
Si quieres salvarte y llegar al conocimiento de la verdad, trata siempre de alcanzar el más allá de las realidades sensibles y de unirte a Dios mediante la esperanza solamente. De este modo, si te hallaras involuntariamente desviado, encontrando en tu camino principados y potestades que te hacen la guerra con sus estímulos, los vencerás con la oración, permaneciendo lleno de esperanza, y tendrás contigo la gracia de Dios que te arranca a la ira futura.
El que comprende lo que dice místicamente san Pablo refiriéndose a que nuestra lucha es contra los espíritus de la maldad, podrá comprender también la parábola que el Señor contaba para mostrar cómo debemos siempre orar sin cansarnos.
La ley ordena trabajar durante seis días y mantenernos libres durante el séptimo. Es por lo tanto una obra del alma la beneficencia mediante las riquezas o las acciones. Su ocio y su reposo consisten en vender todo y darlo a los pobres, según la Palabra del Señor, y una vez encontrado el reposo mediante la pobreza voluntaria, en el darse al ocio de la esperanza espiritual. San Pablo, solícitamente, también nos exhorta a entrar a este reposo, diciendo: Esforcémonos por entrar en ese descanso (Hb 4:11).
Esto lo hemos dicho sin excluir lo que sucederá en el futuro y sin querer establecer que se convertirá en la recompensa completa. Queremos solamente decir que antes deberemos tener en el corazón la gracia operante del Espíritu Santo y así, en proporción a ésta, entrar en el Reino de los Cielos. Incluso el Señor, manifestando esto, nos decía que el Reino de los Cielos está dentro de ti. Y también el Apóstol decía: La fe es la garantía de las cosas esperadas (Hb 11:1), y también: Corred de tal modo de poder alcanzar (1 Co 9:24) y más aún: Examinaos para ver si estáis en la fe. ¿O no reconocéis que Jesucristo vive en vosotros? ¿Sois quizás rebeldes?
El que ha conocido la verdad no se opone a los eventos dolorosos. Sabe que éstos guían al hombre al temor de Dios.
Los pecados cometidos hace tiempo, recordados en detalle, perjudican al hombre lleno de buenas esperanzas. Si emergen con tristeza, lo distraen de la esperanza, si son representados sin tristeza, acumulan en el alma su antigua fealdad.
Cuando el intelecto, mediante el rechazo de sí mismo, posee una esperanza imposible de desmoronarse, es acometido por el Enemigo quien, con el pretexto de la confesión, representa en su imaginación los males pasados, devolviendo la vida a las pasiones que por la gracia de Dios, habían sido olvidadas, y dañando secretamente al hombre. Esto se produce a tal punto que, aunque iluminado y con odio a las pasiones, se sentirá confundido por lo hecho y en tinieblas; y si aún se encontrara en la niebla y en el amor por el placer, con seguridad se detendrá a meditar sobre estas cosas y mantendrá una relación pasional respecto de los estímulos que lo motivan. De este modo pensará que este recuerdo es una pasión precedentemente concebida y no una confesión.
Si quieres presentar a Dios una confesión irreprensible, no recuerdes detalladamente tus errores y soporta con generosidad las consecuencias.
Las penas sobrevienen de los pecados pasados y traen consigo lo que está inherente a toda culpa.
El que tiene ciencia y conoce la verdad, hará una confesión a Dios no tanto con el recuerdo de las acciones sino anteponiendo la lucha contra las consecuencias.
Si rechazas la fatiga y el deshonor, no prometas hacer una penitencia mediante las otras virtudes. Porque la vanagloria y la insensibilidad siempre sirven al pecado, también con las cosas buenas.
Así como las fatigas y los deshonores suelen generar las virtudes, así la voluptuosidad y la vanagloria generan los vicios.
Cada voluptuosidad del cuerpo deriva de un relajamiento precedente. Y es la falta de fe la que genera el relajamiento
El que está bajo el pecado no puede por sí solo vencer el sentir carnal, ya que en él el estímulo es incesante y se ha instalado en sus miembros.
Cuando uno se halla rodeado por las pasiones, es necesario rezar y someterse. A duras penas es posible mediante una ayuda luchar contra las pasiones precedentemente concebidas.
El que con sumisión y oración lucha contra la voluntad, es un atleta que tiene un buen método y da una prueba evidente de conducir la lucha espiritual mediante la abstención de las realidades sensibles.
El que no une a Dios su propia voluntad, tropieza en sus obras y cae en poder de los adversarios.
Cuando ves a dos malvados que sienten amor el uno por el otro, debes saber que cada uno coopera con el otro para cumplir su propia voluntad.
El orgulloso y el vanaglorioso se entienden de buena gana. Mientras uno alaba al vanaglorioso que aparenta someterse servilmente, el otro magnifica al orgulloso que se alaba de continuo.
El discípulo que ama a Dios trata de obtener una ventaja de estas dos cosas: si recibe un testimonio por sus buenas obras, se torna aún más animoso; si es amonestado por las cosas malas, es inducido a hacer penitencia. Pero para progresar es necesario también tener la vida; y para tener la vida debemos levantar nuestra oración a Dios.
Es bueno atenerse al mandamiento capital y no preocuparse de los detalles, ni rezar por los detalles, sino que debemos solamente buscar el Reino y la Palabra de Dios. Si nos preocuparnos de las necesidades en particular, deberemos rezar por cada una de ellas. El que hace algo o se preocupa de algo sin oración, no lleva las cosas a buen fin. Esto es lo que ha dicho el Señor: Sin mí nada podéis hacer (Jn 15:5).
Si uno desprecia el precepto de la oración, se sucederán para él desobediencias peores, que se lo pasarán la una a la otra como un prisionero.
El que recibe bien los sufrimientos presentes a la espera de los bienes futuros, ha encontrado el conocimiento de la verdad, y le será fácil hacer frente a la ira y a la tristeza.
Quien por amor a la verdad elige ser maltratado y deshonrado, camina por la vía apostólica, ya que toma la cruz y es atado por una cadena. El que sin estas cosas trata de prestar atención a su corazón, se desvía mentalmente y cae en las tentaciones y en los lazos del Diablo.
No es posible que venza el que lucha contra los malos pensamientos pero no contra sus causas, ni el que lucha contra las causas, pero no contra los pensamientos que éstas producen. Cuando rechazamos solamente una de estas cosas, después de un corto tiempo nos encontramos sometidos a ambas.
El que contiende con los hombres por temor de recibir dolores y ofensas, sufrirá aún más estando aquí por las desgracias que lo aquejarán, o será castigado sin piedad en el siglo futuro.
El que quiere mantener alejada cualquier desgracia deberá orar respecto de todas las cosas que mantienen relación con Dios, debiendo también tener fija en Él la esperanza y, en cuanto le sea posible, no prestar atención a las realidades sensibles.
Cuando el Diablo ve que un hombre se preocupa sin necesidad de lo que concierne a su cuerpo, antes que nada lo priva del conocimiento (espiritual). Y luego corta la cabeza de su esperanza en Dios.
Si logras alcanzar el fortín de la oración pura, no aceptes en ese momento el conocimiento de las cosas que el Enemigo te presenta, para que no te suceda que puedas perder lo mejor. Es preferible enviarle flechazos desde lo alto con los dardos de la oración, mientras se encuentra acorralado, que parlamentar con él, que nos presenta el mal y trama para apartarnos de la súplica que está en su contra.
El conocimiento de las cosas, en el tiempo de la tentación y de la pereza, es útil al hombre; pero en el tiempo de la oración es generalmente perjudicial.
Si te sucedido que, habiendo enseñado en el Señor, te desobedecieren, aflígete espiritualmente, pero no te turbes exteriormente. De afligirte, no serás condenado como quien desobedece, pero si te turbas serás tentado en la misma materia.
Cuando expones un discurso, no escondas lo que conviene a los presentes; habla con claridad de las cosas bellas y en forma enigmática de las cosas duras.
No subrayes las culpas de quien es un subalterno tuyo. Esto es tarea más bien de autoridad que de consejo.
Lo que se dice en plural es apropiado para todos, ya que para cada uno se tornara relevante en su conciencia la parte que le toca.
El que habla con rectitud debe, también él, recibir como de Dios las palabras que dice. La verdad no es de quien habla sino de Dios, que es quien actúa.
A aquellos de los cuales no has tenido una manifestación de obediencia, no los enfrentes cuando se oponen a la verdad, para no suscitar odio, como dicen las Escrituras.
El que cede ante quien es subalterno cuando éste contradice inoportunamente, lo induce a error en la cosa que están tratando y lo hace transgredir los votos de obediencia.
El que amonesta o corrige con temor de Dios al pecador, le procura la virtud que se opone a su error. El que lo hace recordándole las ofensas y dirigiéndose a él en modo malévolo, cae -según la ley spiritual – en la misma pasión.
El que ha aprendido bien la ley, teme al legislador. Y quien le teme se aparta de cualquier mal.
No tengas un doble discurso, hablando respecto dé algunas disposiciones y otras manteniéndolas en la conciencia solamente. Este actuar es puesto por las Escrituras bajo una maldición.
Existe, como dice el Apóstol, el que dice la verdad y es odiado por los tontos. Y está el que es un hipócrita, y por esto es amado. Sin embargo, ni la merced de uno ni la del otro tardará: porque a su debido tiempo el Señor dará a cada uno lo que le es debido.
El que quiera eliminar las angustias futuras debe soportar de buen grado las del tiempo presente. De esta manera, con el intercambio de una cosa por la otra como en un comercio, por medio de pequeños dolores, logrará escapar a los grandes castigos.
Sé garante de que tu hablar se mantenga alejado de la auto alabanza y tu pensamiento de la presunción, para no ser abandonado por Dios y hacer el mal. No depende solamente del hombre hacer el bien, sino también de Dios, que vela sobre todas las cosas.
El Dios que vigila sobre todo, así como atribuye a nuestras obras los resultados justos, hace otro tanto por los pensamientos y las reflexiones voluntarias.
Los pensamientos involuntarios surgen de un pecado precedente. mientras que los voluntarios derivan de nuestra libre voluntad. Por lo tanto, estos últimos se vuelven responsables de los precedentes.
A los malos pensamientos que no son deliberados, sigue la tristeza, por lo tanto son destruidos rápidamente; a los que son deliberados, la alegría, y por esto es difícil desligarse de ellos.
El que ama el placer se entristece por los reproches y los sufrimientos. El que ama a Dios, se entristece por las alabanzas y las ganancias.
El que no conoce los juicios de Dios cruza espiritualmente por una calle que corre entre precipicios y es fácilmente derribado por cualquier viento. Si es alabado, se enorgullece; si se le hace un reproche, se amarga. Si come abundantemente, se torna insensible; si sufre, se lamenta. Si comprende, hace ostentación; si no comprende, finge. Si es rico, es arrogante; si es pobre, es hipócrita. Si se ha saciado, es desvergonzado; si ayuna, es vanaglorioso. Enfrenta a los que le reprochan y mira como insensatos a los que lo perdonan.
Si, conforme a la gracia de Cristo, no se adquiere un debido conocimiento de la verdad y temor a Dios, se arriesga a ser gravemente herido no solamente por las pasiones, sino también por los sucesos.
Cuando quieres encontrar la solución de un asunto intrincado, busca lo que, respecto de ello, es grato a Dios y encontrarás así la solución útil.
Toda la Creación se pone al servicio de lo que es grato a Dios. Por otro lado, todo lo que le rehuye, recibe también la resistencia de la Creación.
El que enfrenta las cosas tristes que le suceden, lucha, sin saber contra los mandamientos de Dios. El que las recibe con verdadera ciencia, éste según las Escrituras espera con paciencia al Señor.
Cuando sobreviene una tentación, no busques el porqué o de quién viene. Trata de rechazarla con rendición de gracias, sin tristeza y sin rencores.
El mal de otros no nos agrega ningún pecado, siempre que no lo recibamos con reflexiones equivocadas.
Ya que no es fácil encontrar a alguien que sea grato a Dios sin tentaciones, debemos darle gracias por todo lo que sucede.
Si Pedro no hubiere faltado a la pesca nocturna, no hubiera conseguido la del día siguiente. Si Pablo no hubiese quedado ciego en su cuerpo, no hubiera vuelto a adquirir la vista espiritual. Y si Esteban no hubiera sido calumniado como blasfemo, no hubiera visto a Dios mientras los cielos se abrían.
Así como el actuar según Dios es denominado “virtud,” así la tribulación que nos acomete imprevistamente es denominada “tentación.”
Dios tentó a Abraham, afligiéndolo para bien, y no para saber cómo era, pues ya lo conocía, ya que Él conoce toda cosa antes de ser generada. Pero quería, de este modo, ofrecerle la ocasión de la perfecta fe.
Toda tribulación revela cuál es la inclinación de la voluntad, si ésta se vuelve hacia la izquierda o la derecha. Por ello la tribulación accidental se llama tentación. Ésta hace que el que la experimenta siga las indicaciones de sus voluntades escondidas.
El temor de Dios nos obliga a combatir el vicio. Pero mientras nosotros luchamos es la gracia de Dios la que lo combate.
Sabiduría no es solamente el conocimiento de la verdad mediante el natural sucederse de las cosas. También lo es soportar como propia la maldad de quien nos ha hecho daño. Los que se han estacionado en la primera forma de sabiduría, se tornan soberbios, mientras que los que han alcanzado la segunda, han adquirido la humildad.
Si no quieres sufrir la operación de los malos pensamientos, acepta el desprecio del alma y la tribulación de la carne. No parcialmente, sino en todo tiempo, lugar y hecho.
El que se deja voluntariamente instruir por las tribulaciones, no será dominado por pensamientos involuntarios. Pero el que no acepta las primeras, es tomado prisionero, aunque no lo quiera, por los segundos.
Cuando se te hace daño, y tus entrañas y tu corazón se endurecen, no te entristezcas, ya que la cosa fue provocada por voluntad divina. Más bien, destruye con alegría todos los pensamientos que te alientan en contra, sabiendo que cuando éstos son destruidos estando aún en el estadio de estímulo, también el mal, luego que ha sido puesto en acción, es habitualmente destruido. Sin embargo, si los pensamientos Continúan, también éste aumenta.
Sin la contrición del corazón, es del todo imposible alejarse del mal. Y lo que hace que el corazón se arrepienta es la triple continencia: en el sueño, en la comida y en el relajamiento del cuerpo. La superabundancia de estas cosas introduce el amor al placer y esto acarrea los malos pensamientos, por eso se opone, ya a la oración ya al servicio conveniente.
Si te sucediera que debes dar órdenes a hermanos, mantente en la posición en la que has sido puesto y no calles lo que conviene. Si obedecen, recibirás la merced por sus virtudes. Si no obedecen, los perdonarás en todo caso; así recibirás la recompensa correspondiente de Aquel que ha dicho: Perdonad y seréis perdonados.
Todo acontecimiento se parece a una reunión festiva: el que sabe traficar gana mucho en ello, pero el que no sabe hacerlo, es perjudicado.
Si alguien no te obedece después de que le has hablado por lo menos una vez, no lo fuerces enfrentándolo. Toma para ti la ganancia de su falta. Más que la corrección de éste, te beneficiará la paciencia.
Cuando el mal hecho a uno repercute sobre muchos, no deberemos ser magnánimos ni buscar nuestra propia ventaja, sino la de muchos, para que éstos se salven (1 Co 10:33). Más beneficia la virtud de muchos que la de uno solo.
Si alguno cae en un pecado cualquiera, y no se entristece en la medida debida a la entidad de su caída, tropieza nuevamente en la misma red.
Así como una leona no se acerca amistosamente a una vaquillona, de igual modo la impudicia no es una disposición favorable para recibir la tristeza según Dios.
Como la oveja no se acerca al lobo para engendrar hijos, así la fatiga del corazón no se acerca a la saciedad para la concepción de la virtud.
Nadie puede sentir fatiga y tristeza según Dios, si antes no ama lo que las produce.
El temor de Dios y el reproche reciben la tristeza. La continencia y el desvelo tienen relación con la fatiga.
El que no se deja amansar por los mandamientos y amonestaciones de las Escrituras, será puesto en evidencia con la fusta del caballo y la vara del asno. Si rechazara también éstos, con la mordida y las riendas le cerrarán las mandíbulas.
El que se deja vencer fácilmente por las pequeñas cosas, será siervo también de las grandes. El que las desprecia, resistirá en el Señor a las grandes.
No trates de hacer el bien con reproches a quien se vanagloria por sus virtudes. Ya que éste no puede ser al mismo tiempo amante de la ostentación y amante de la verdad.

Toda palabra de Cristo manifiesta la misericordia, la justicia y la sabiduría de Dios, e instituye la potencia, mediante el oído, en aquellos que escuchan de buen grado. Por tanto los que -siendo injustos y sin misericordia – escucharon con fastidio, no pudieron comprender la sabiduría de Dios, crucificando al que la enseñaba. Nosotros nos escrutarnos a nosotros mismos para ver si lo escuchamos de buena gana. Él ha dicho: El que ama observará mis mandamientos y será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré. ¿Ves cómo Él ha escondido la manifestación de sí mismo en los mandamientos? De todos los mandamientos, el más comprensivo es el amor hacia Dios y al prójimo, y consiste en la abstención de las cosas materiales y en la observación de la hesichía de los pensamientos.
Sabiendo esto, el Señor nos manda: No os preocupéis por el mañana (Mt 6:34). Justamente, el que no se haya liberado de las cosas materiales y de la preocupación que la pérdida de las mismas conlleva, ¿cómo se liberará de los malos pensamientos? Y el que se encuentre cercado por los pensamientos, ¿cómo verá al pecado realmente existente que se encuentra en ellos? Esto es tiniebla y niebla para el alma y tiene principio en las reflexiones y las malas acciones. El Diablo tienta mediante un estímulo al cual el hombre todavía puede resistir, dando así inicio a todo el proceso; el hombre, por amor al placer y por vanagloria, entra de buena gana en tratativas. Su discernimiento le haría rechazar el estímulo, pero en la práctica le toma gusto y acepta.
Pero el que no haya, por lo menos, visto este proceso general del pecado, rezando a este propósito, ¿será purificado? ¿Y si no fuera purificado, como accederá al lugar de la pureza natural? Y si no accede, ¿como verá la morada más interior de Cristo? ¡Ya que somos morada de Dios, según la palabra profético, evangélica y apostólica!
Deberemos pues, conformándonos con lo que nos fuera dicho, buscar la morada y golpear a la puerta, con perseverancia, mediante la oración. De tal modo que, ya sea aquí o en el final de nuestras vidas, el Amo nos abra y no suceda que si hemos sido negligentes Él nos diga: No sé donde estáis. No sólo debemos pedir y recibir, sino custodiar lo que nos ha sido dado, pues hay algunos que han recibido pero luego han perdido. Por tanto, un simple conocimiento, o aun una experiencia accidental de las realidades que se han dicho, pueden tenerlos también aquellos que han empezado tarde a aprender, y los jóvenes. Pero en cuanto a la práctica constante y paciente, eso es sólo de aquellos que son píos y experimentados entre los ancianos, a los cuales ha sucedido a menudo perderla por falta de atención, luego de buscarla mediante fatigas voluntarias y de encontrarla. También nosotros no cesarnos de hacerlo así, hasta tanto no la poseamos sin que nos pueda ser quitada.
Entre los muchos preceptos de la ley espiritual, hemos conocido estos pocos. Son preceptos que incluso el gran Salmista continuamente sugiere a quien asiduamente trata de hacer y de aprender en el Señor Jesús. A Él la gloria, el poder y la adoración, ahora y por los siglos. Amén.


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