Causas de todo mal son la
vanagloria y la voluptuosidad: el que no las odia, no elimina la pasión.
Se dice que la raíz de todos los males es la pasión por el
dinero, pero es claro que ésta se forma con las dos causas precedentes.
El intelecto es enceguecido por estas tres pasiones: la
avaricia, la vanagloria, el placer.
Estas son, según las Escrituras, tres hijas de la sanguijuela,
amadas con un amor muy grande por la madre fatuidad.
Conocimiento y fe, las compañeras de nuestra naturaleza, no han
sido ofuscadas por otra cosa que por aquellas.
Furor e ira, guerras y homicidios, y toda la serie de otros
males, han prevalecido terriblemente entre los hombres por fuerza de aquellas.
Debemos rechazar el amor por el dinero, odiar la vanagloria y la
voluptuosidad; son las madres de los males y madrastras de las virtudes.
Con motivo de éstas nos ha sido ordenado no amar el mundo y lo
que está en el mundo. No para que odiemos sin discernimiento, a las criaturas
de Dios, sino para que eliminemos las causas de aquellas tres pasiones.
Se ha dicho que ninguno, embarcado en el servicio militar, se
inmiscuye en los negocios de la vida civil (2 Tm 2:4). El que, efectivamente,
quiere vencer las pasiones sin vencer estos tropiezos, es como aquel que trata
de apagar un incendio con paja.
El que se irrita con el prójimo por motivos de dinero, gloria o
voluptuosidad, no ha entendido aún que Dios gobierna a las cosas con justicia.
Cuando escuchas al Señor que dice: Si alguno no renuncia a todo
lo que posee no es digno de mí, no debes entender esto como referido solamente
a las riquezas, sino también a todas las acciones viciosas.
El que no conoce la verdad, no puede tampoco creer en verdad. En
efecto, según el orden natural, el conocimiento precede a la fe.
Así como a cada una de las cosas visibles Dios ha asignado lo
que le es inherente por naturaleza, así también lo ha hecho con los
pensamientos de los hombres, lo queramos o no.
Si alguno, pecando manifiestamente y no haciendo penitencia, no
ha padecido nada hasta el día de su muerte, puedes creer que su juicio será sin
piedad.
El que reza sabiamente, soporta lo que le sucede; el que guarda
rencor, no ha rezado aún con pureza.
Si recibes un daño o un ultraje, o eres perseguido por alguien,
no pienses en el presente, sino que debes esperar lo que vendrá. Y te darás
cuenta de que todo ha sido para ti motivo de muchos bienes, no sólo en el
presente siglo, sino también en el futuro.
Así como a los inapetentes hace bien el amargo ajenjo, así a los
que tienen mal carácter conviene padecer males. Estas medicinas mejoran la
salud de los unos y convierten a los otros.
Si no quieres padecer males, no debes tampoco querer hacerlo,
porque infaliblemente una cosa sigue a la otra. Porque lo que cada uno siembra,
también lo cosechará (Ga 6:7).
Cuando sembramos voluntariamente el mal y contra nuestra
voluntad lo cosechamos, debemos admirar la justicia de Dios.
Puesto que existe un determinado lapso entre la siembra y la
cosecha, debido a esto, dudamos de la retribución.
Si has pecado, no acuses a la acción sino al pensamiento; porque
si el intelecto no se hubiera adelantado, el cuerpo no lo hubiera seguido.
Actúa peor el que ocasiona el mal a escondidas que aquellos que
lo ejercitan abiertamente. Por esto, el primero será castigado más severamente.
El que urde engaños y ocasiona el mal a escondidas, es, según
las Escrituras, una serpiente achatada en el camino, que muerde el talón de los
caballos.
El que alaba por algunas cosas al prójimo y al mismo tiempo le
reprocha otras, está dominado por la vanagloria y la envidia. Alabándolo, trata
de esconder la envidia y reprochándolo se presenta como una persona más
honorable que el otro.
Como no es posible que convivan ovejas y lobos, también es
imposible obtener la misericordia engañando al prójimo.
El que mezcla con el precepto su propia voluntad, es un
adúltero, tal como fuera revelado por la Escritura, y, faltándole sentido
común, está expuesto a dolores y deshonor.
Así como el agua y el fuego no pueden estar juntos, así se
oponen la humildad y la necesidad de justificarse.
El que busca la remisión de sus pecados, ama la humildad. El que
condena al otro, pone un sello sobre sus propios males.
No permitas que permanezca en ti ningún pecado no borrado,
aunque fuera muy pequeño, para que a continuación no te arrastre hacia algún
mal peor.
|Si quieres salvarte, ama la palabra sincera. No rechaces nunca
un reproche sin haberlo considerado.
La palabra de la verdad ha transformado una estirpe de víboras y
les ha enseñado a huir de la ira que viene .
El que recibe palabras de la verdad, recibe al Verbo de Dios (la
Palabra). En efecto, se dice: El que os recibe, me recibe a mí (Mt 10:40).
El pecador es como aquel paralítico bajado desde el techo,
quien, reprochado por unos creyentes en Dios, recibe el perdón por intermedio
de su fe.
Es preferible rezar pía e intensamente por el prójimo antes que
reprocharle cada pecado cometido.
El que con rectitud hace penitencia, es objeto de mofa por los
tontos. Pero esto es para él un signo de la aprobación de Dios.
Los atletas se privan de todo (1 Co 9:25): no cesarán de hacerlo
hasta que Dios no haya destruido la descendencia de Babilonia.
Se calcula que son doce las pasiones deshonrosas: si te hubieses
apegado a una de ellas con tu voluntad, solo ésa ocupará el lugar vacío que
dejaron las otras once.
El pecado es un fuego que arde. Cuanto más lejos dejes el
combustible, más rápidamente ese fuego se irá apagando. Análogamente, cuanto
más combustibles agregues, tanto más se difundirá.
Si te has agrandado debido a las alabanzas, te llegará el
deshonor. Porque se ha dicho: El que se ensalce será humillado (Lc 14:11).
Cuando hayamos rechazado toda malicia voluntaria de nuestra
mente, deberemos combatir contra las pasiones preconcebidas.
Tal preconcepción consiste en el recuerdo involuntario de los
males pasados: al que lucha le es impedido alcanzar la pasión; en el vencedor
esto es rechazado cuando todo se encuentra aún en estado de estímulo.
El estímulo es el movimiento sin imágenes del corazón. Tal como
si fuera un lugar fortificado en un pasaje excavado en la montaña, es tomado en
acecho antes por aquellos que tienen experiencia que por los enemigos.
Donde el pensamiento está acompañado por las imágenes, allí hubo
consentimiento, porque el estímulo no culpable es un movimiento sin imágenes.
Existe aquel que logra salir de él como un tizón extraído del fuego aunque no
se extraigan otros para no reavivarlo,
No digas: “Me sucede tal cosa aunque no lo quiero.” Porque en
todo caso, aunque no desees esta cosa en sí misma, sin embargo, amas sus
causas.
El que ama las alabanzas, se encuentra en la pasión. Y el que se
entrega a las quejas por una tribulación que lo aqueja, ama la voluptuosidad.
El pensamiento de quien ama la voluptuosidad es inestable como
si se encontrara ubicado en una balanza. Ya se lamenta y llora por sus pecados,
ya combate y contradice al prójimo, defendiendo su voluptuosidad.
El que a todo atribuye un valor y retiene lo que es positivo,
huirá de todo mal.
El hombre que sabe soportar abunda en sagacidad, así como aquel
que presta atención a las palabras de sabiduría.
Sin el recuerdo de Dios, no habrá verdadero conocimiento. Ya que
sin el primero, el segundo es un bastardo.
Al que es duro, pero no de corazón, le va bien un buen discurso
relativo a un conocimiento más fino. Puesto que, sin temor, no acepta las
fatigas de la penitencia.
El hombre humilde acepta un discurso de fe. Éste no tienta la
longanimidad de Dios y no se hiere con continuas transgresiones.
No avergüences a un hombre poderoso por su vanagloria. Debes
mostrarle la ignominia futura que caerá sobre él. De este modo, el que es
sensato aceptará de buen grado el reproche.
El que odia el reproche se encuentra voluntariamente en la
pasión. El que lo ama, es claro que es desviado por las pasiones
precedentemente concebidas.
No hay que querer conocer las malas acciones de los otros. Con
una voluntad así, se subrayan los contornos de tales acciones.
Si has recibido como dulces sonidos ciertos malos discursos,
enójate contigo mismo y no con quien ha hablado. Porque para el que tiene un
mal oído, es malo también el embajador.
Si uno se encuentra con hombres que hacen discursos vanos, que
se considere a sí mismo responsable de dichas palabras. Si no fuera por un
motivo reciente, habrá ciertamente alguna vieja deuda.
Si vieras que alguno te alaba con hipocresía, espera de él
reproches, a su debido tiempo.
Establece desde ahora una relación entre los sufrimientos
presentes y los beneficios futuros. Así no descansarás más en tu lucha por
descuido.
Cuando llamas “bueno” a algún hombre, por alguna condición
física que posee, prescindiendo de Dios, ese hombre te resultará malo en el
futuro.
Todo bien viene de Dios, según su voluntad. Aquellos que traen
dichos dones son sus ministros.
Acepta con pensamiento equilibrado el confluir del bien y de los
males. Es así como Dios transforma la no equidad de las cosas.
La desigualdad de nuestros pensamientos produce los cambios de
nuestras condiciones personales. Dios ha asignado las acciones involuntarias a
las voluntarias, como una consecuencia natural.
Las realidades sensibles son producidas por las inteligibles y
proporcionan lo necesario por decreto de Dios.
De un corazón dominado por la voluptuosidad nacen pensamientos y
palabras pestilentes, ya que por el humo conocemos el combustible que lo
provoca.
Ten firmeza en tu mente y no te cansarás entre las tentaciones.
Si te abandonas, soporta las consecuencias.
Ruega para que no caiga sobre ti la tentación. Pero si te
afligiera, acéptala no como algo extraño, sino como algo tuyo.
Aparta tu pensamiento de toda concupiscencia y podrás ver las
insidias del Diablo.
El que afirma que conoce todas las insidias del Diablo, cae
dentro de ellas sin darse cuenta.
Cuando el intelecto sale de las preocupaciones del cuerpo, ve,
en la medida que sale, las astucias de los enemigos.
El que se deja arrastrar por los pensamientos, está enceguecido.
Ve la obra del pecado, pero no está en condiciones de ver sus causas.
Está el que visiblemente cumple un precepto, si bien, sirviendo
a una pasión, borra la buena acción mediante malos pensamientos.
Si has sido sometido por un principio del mal, no digas: “No me
vencerá.” En la medida que has sido hecho su esclavo, en esa medida has sido ya
vencido.
Todo lo que sucede empieza con una pequeña medida y, alimentado
poco a poco, contribuye a su crecimiento.
Los artificios de la malicia son una red tortuosa. El que se
enreda un poco en ella, si es negligente, es encerrado por completo.
No quieras escuchar las desgracias acaecidas a los enemigos,
porque el que escucha tales palabras, corta los frutos de su propia
inclinación.
No pienses que una tribulación cualquiera cae sobre los hombres
a causa del pecado. Hay quien es del agrado del Señor y sin embargo es tentado.
Está escrito que los perversos y los malos serán perseguidos. Del mismo modo
está escrito: Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús,
sufrirían persecuciones. (2 Tm 3:12).
En tiempos de tribulaciones, cuídate de los asaltos de la
voluptuosidad, ya que ésta es aceptada de buen grado porque endulza la
tribulación.
Hay quien denomina sensatos a los que tienen discernimiento en
las realidades sensibles. Sin embargo, son sensatos aquellos que tienen dominio
de su propia voluntad.
Antes que tus males hayan sido destruidos, no obedezcas a tu
corazón. Está buscando agregar material de acuerdo a lo que tiene en depósito.
Hay serpientes que se esconden en los valles boscosos y otras
que se introducen en las casas. De la misma manera, hay pasiones que toman
forma en la mente mientras que otras obran en la práctica; aunque puede suceder
que se transformen, pasando de un tipo a otro.
Cuando veas que tu interior está muy agitado e induce al
intelecto, que está sometido a la hesikia, hacia la pasión, debes saber que el
intelecto ha sido la guía, el detonador de la acción, y ha colocado este
torbellino en el corazón.
La nube no se forma si no es por el soplo del viento. Del mismo
modo, la pasión no nace si no es por la fuerza del pensamiento.
Si no obedecemos la voluntad de la carne, como dice la
Escritura, evitaremos fácilmente las malas tendencias anteriormente descritas.
Las imágenes ya fijadas en el intelecto son particularmente
graves y vigorosas; pero su causa y fundamento son las operaciones de nuestra
razón.
Hay una malicia que domina el corazón por haber sido concebida
mucho tiempo antes; y hay una malicia que combate a la mente con motivo de las
acciones cotidianas.
Dios nos evalúa de acuerdo con nuestras acciones y nuestras
intenciones. Se ha dicho: Te dé el Señor según tu corazón (Sal 19:4).
El que no persevera en escrutar su conciencia, tampoco acepta
las fatigas de su cuerpo por amor a la vida pía.
La conciencia es un libro natural. El que en ella lee
activamente, recibe la experiencia de la ayuda divina.
El que no asume las penas voluntarias que provienen del amor por
la verdad, es duramente amaestrado por lo que sucede contra su voluntad.
El que ha conocido la voluntad de Dios, según el poder que le
haya sido concedido, la cumple; gracias a las pequeñas penas, huirá de las
grandes.
El que pretenda vencer las tentaciones sin la oración y la
lucha, no las rechazará sino que quedará más atrapado por ellas.
El Señor está escondido en sus mandamientos y es encontrado por
aquellos que lo buscan en la medida que los cumplen.
No digas: “He cumplido los mandamientos pero no he encontrado al
Señor.” Puesto que, como dice la Escritura frecuentemente has encontrado
conocimiento junto con la justicia. Y aquellos que lo buscan con rectitud,
encontrarán la paz (Pr 16:5c).
La paz es la remoción de las pasiones. No podrá ser encontrada
sin la obra del Espíritu Santo.
Una cosa es cumplir un mandamiento y otra cosa es la virtud,
aunque es factible que se intercambien las ocasiones de hacer el bien.
Denominamos cumplir un mandamiento el cumplir lo que ha sido
mandado; es virtud lo que ha sido hecho acorde con la verdad.
Una sola es la riqueza sensible, aunque es múltiple si se
consideran las distintas posesiones. Del mismo modo, una sola es la virtud,
aunque consta de distintas actividades.
El que se hace el sabio y habla sin poder demostrar sus obras,
se enriquece con la iniquidad, y sus fatigas, como dicen las Escrituras, entran
en las casas de los otros.
Todo obedece al oro, se dice; pero las realidades espirituales
son determinadas por la gracia de Dios.
Se encuentra la buena conciencia mediante la oración; y la
oración pura, mediante la conciencia. Según natura una cosa necesita de la
otra.
Jacob confeccionó para José una túnica de múltiples colores.
También el Señor concede al humilde el conocimiento de la verdad, por medio de
la gracia, tal como está escrito: El Señor enseñará sus caminos a los humildes
(CfSal 24:9).
Obra el bien según tus posibilidades, y cuando te surja la
ocasión de dar más, no des menos. Porque se ha dicho que el que retrocede no es
apto para el Reino de los Cielos.
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