La Ley
Espiritual
Puesto que habéis expresado más de una vez el deseo de saber
cómo es la ley espiritual según el Apóstol, y cuál es el conocimiento y la
actividad de aquellos que la quieren cumplir, os diremos lo que está dentro de
nuestras posibilidades.
Primero: sabemos que Dios es el principio, el centro y el fin de
todo bien. Y el bien es imposible de ser obrado o creído, fuera de Cristo Jesús
o del Espíritu Santo.
Cada bien es un don del Señor, conforme a su voluntad. El que
crea en esto, no lo perderá.
La fe firme es una torre fuerte. Y Cristo es todo para aquel que
cree.
Que aquel que se halla al principio de todo bien, esté al
principio de cada uno de tus propósitos, de tal modo que lo que debas hacer, se
haga según Dios.
El que actúa con humildad y tiene una actividad espiritual,
cuando lee las Sagradas Escrituras, relaciona todo consigo mismo y no con los
demás.
Suplica a Dios para que abra los ojos de tu corazón y puedas ver
cuánto se obtiene con la plegaria y con la lectura entendida en base a la
experiencia.
El que tiene algún carisma espiritual y siente compasión por los
que no lo tienen, guarda este don gracias a esta compasión. El que es vanidoso
lo perderá, debido a los golpes que los pensamientos de vanidad imparten.
La boca del que tiene sentimientos humildes, habla con la
verdad; el que contradice la verdad se asemeja a aquel siervo que golpeó al
Señor en la mejilla.
No seas discípulo de quien se alaba a si mismo, para que no seas
aprendiz de la soberbia en lugar de ser humilde.
Que no se ensalce tu corazón a raíz de las reflexiones relativas
a las Escrituras, a fin de que tu intelecto no caiga en manos del espíritu de
la blasfemia.
No trates de resolver un asunto difícil mediante la
controversia, sino mediante lo que te promete la ley espiritual, es decir, por
intermedio de la paciencia, la oración y la esperanza, sin vacilaciones.
El que reza con el cuerpo sin tener todavía el conocimiento
espiritual, es un ciego que grita: Hijo de David, ten piedad de mi (Lc 18:38).
Aquel que en un tiempo fue ciego, una vez que recuperó la vista
y reconoció al Señor, lo adoró confesándolo “hijo de Dios,” en lugar de “hijo
de David.”
No te ensalces cuando derrames lágrimas durante la oración: es
Cristo el que ha tocado tus ojos y tú has vuelto a adquirir la vista
espiritual.
El que, a imitación del ciego, se ha sacado su manto y se ha
acercado al Señor, se convierte en su seguidor y en heraldo de los dones más
perfectos.
La malicia, ejercitada mediante los pensamientos, torna
insolente el corazón; cuando es eliminada, mediante la continencia y la
esperanza, lo torna arrepentido.
Hay una justa y benéfica contrición del corazón que lo conduce a
la compunción; existe otra, sin embargo, desordenada y nociva, que lo lleva a
enojarse consigo mismo.
El velar, el orar y el soportar todo lo que sucede, son una
aflicción que no perjudica al corazón, sino que constituyen una ventaja,
siempre y cuando, debido a la avidez, no quebremos la cohesión que existe entre
estas cosas. El que persevera en ellas, será socorrido incluso en las demás. El
que las descuida y las olvida, en el momento de su muerte tendrá sufrimientos
intolerables.
Un corazón que ama los placeres se convierte, a la hora de la
muerte, en prisión y cadenas para el alma; el que ama la fatiga es una puerta
abierta.
Un corazón duro es como una puerta de hierro que conduce a la
ciudad; pero se abre automáticamente para quien se encuentra en la pena y en la
aflicción, como aquella puerta lo hizo con Pedro.
Muchas son las maneras de la oración, cada una distinta de la
otra; pero ninguna podrá causar daño, porque, si es oración, no es operación
diabólica.
Un hombre que quería hacer el mal, primero rezó mentalmente como
de costumbre e, impedido de obrarlo por voluntad divina, agradeció ampliamente
al Señor.
Cuando David quiso matar a Nabal del Carmelo, al recordar la
divina retribución, fue impedido de realizar su propósito y agradeció
ampliamente. También sabemos lo que hizo cuando se olvidó de Dios, y cómo no
deseaba desistir de ello, hasta que fue conducido al recuerdo de Dios
nuevamente, por el profeta Natán.
Cuando llegue el momento en que recuerdes a Dios, abunda en
oraciones, para que cuando te olvides de Él, sea el Señor el que te recuerde.
Lee las Sagradas Escrituras y trata de comprender lo que en
ellas se encuentra escondido. Porque todo lo que en un tiempo fuera escrito, ha
sido escrito para enseñarnos (Rm 15:4).
En las Escrituras la fe ha sido denominada garantía de las cosas
esperadas (Hb 11:1), y aquellos que no reconocen en ella a Cristo, son llamados
réprobos.
Así como las ideas se dan a conocer mediante las obras y las
palabras, así también la retribución futura se manifiesta mediante las obras
del corazón.
Un corazón piadoso obtendrá ciertamente la piedad; en caso
contrario habrá de esperar las correspondientes consecuencias.
La ley de la libertad enseña toda la verdad: muchos la leen como
si fuera la ciencia, pero pocos la comprenden, es decir, en la medida en que
obran de acuerdo con los mandamientos.
No busques su perfección en las virtudes humanas, porque no se
la encuentra en forma perfecta en ellas. Su perfección está escondida en la
cruz de Cristo.
La ley de la libertad es leída como una ciencia verdadera y es
comprendida poniendo en obra los mandamientos pero encuentra su plenitud en la
fuerza de la misericordia de Cristo.
Cuando a conciencia nos esforcemos por actuar de acuerdo con
todos los mandamientos de Dios, entonces conoceremos la ley inmaculada del
Señor; sabremos cómo ésta es perseguida por nosotros mediante nuestras buenas
acciones, aunque no pueda cumplirse plenamente en los hombres sin la
misericordia de Dios.
Todos aquellos que no se consideran deudores respecto de cada
uno de los mandamientos de Cristo, leen la ley de Dios solamente con el cuerpo
sin comprender lo que dicen ni lo que dan por seguro (1 Tm 1:7). Es por esto
que creen poder llevarla a cabo mediante las obras.
Sucede, a veces, que hay cosas que parecen buenas al ser
llevadas a cabo; y sin embargo, el motivo de quien las ejecuta no tiende al
bien. También hay otras que parecen malas, mientras que el motivo de quien las
hace tiende al bien. Esto no sucede solamente respecto de las obras, sino
también respecto de las palabras, que pueden ser dichas de la misma manera que
mencionáramos anteriormente. Otros cambian las cosas por inexperiencia o por
ignorancia, algunos por mala intención, otros en cambio con fines piadosos.
El que hace ostentación de alabanzas, escondiendo calumnias y
críticas, no es fácilmente descubierto por los más simples. Así también es
quien se vanagloria, simulando ser humilde. Todos éstos, después de haber
alterado en mucho la verdad con la mentira, finalmente son alejados y
confutados mediante las obras.
Existe el que hace una obra que se manifiesta buena, a fin de
ser útil al prójimo; también existe aquel que obtiene una ventaja espiritual,
no haciéndola.
Existe el reproche hecho por maldad y por venganza. Existe otro
hecho por temor a Dios y a la verdad.
No reproches a aquel que ha dejado el pecado y hace penitencia.
Y si argumentas que reprochas según Dios, manifiesta primero, entonces, tus
males personales.
Dios da principio a toda virtud, así como el sol se encuentra en
el origen de la luz del día.
Cuando lleves a cabo alguna acción virtuosa, recuerda a aquel
que dijo: Sin mí, nada podéis hacer (Jn 15:5).
Es mediante las tribulaciones que los bienes son preparados para
los hombres; mientras que los males acuden mediante la vanagloria y la
voluptuosidad.
Huye del pecado el que sufre injusticia a causa de los hombres,
y encuentra conveniente socorro en sus tribulaciones.
El que cree en la retribución que recibirá de Cristo, está
pronto, en la medida de su fe, a soportar toda injusticia.
El que reza intensamente por los hombres que lo afligen con
injusticias, abate a los demonios; el que por otra parte, se opone a los
primeros, es herido por los segundos.
Es mejor sufrir una ofensa de los hombres que de los demonios;
sin embargo el que es grato al Señor ha vencido a ambos.
Todo bien nos es enviado por el Señor conforme a su
distribución, aunque misteriosamente rehuye a los ingratos, a los
desconsiderados y a los ociosos.
Toda malicia termina en un placer prohibido, mientras que toda
virtud en la consolación espiritual. Y la malicia, cuando te agarra, te empuja
hacia lo que le es propio; del mismo modo, la virtud te conduce a lo que le es
natural.
El insulto de los hombres procura aflicción al corazón, pero es
causa de pureza para quien lo soporta.
La ignorancia nos induce a oponernos a lo que nos es ventajoso,
y cuando se torna atrevida, acrecienta el mal que ya existe.
Desde el momento que no estás sufriendo ningún daño, espera
estrecheces; rechaza la avidez, ya que sabes que algún día deberás rendir
cuenta.
Si has pecado secretamente, no trates de esconderlo. Pues todo
está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta (Hb
4:13).
En tu ánimo, muéstrate al Señor. Porque el hombre mira el
rostro, pero Dios mira el corazón.
No pienses ni hagas nada si tu intención no es según Dios.
Porque el que viaja sin una meta, malgastará su fatiga.
Para el que peca sin haber hecho acto de contrición, es más
difícil alcanzar al arrepentimiento, porque de la justicia de Dios, nada se
escapa.
Un acontecimiento doloroso aporta, a quien es sensato, el
recuerdo de Dios; análogamente, es motivo de opresión para el que se olvida de
Dios.
Que cada pena no buscada sea para ti la maestra de un recuerdo;
así no te faltará un incentivo en tu penitencia.
El olvido no tiene en sí mismo ningún poder, pero adquiere
fuerza en la medida de nuestras negligencias.
No digas: “¿Cómo lo hago? pues el olvido acude a mí aunque no lo
quiera.” Esto se produjo porque, cuando te acordaste, has descuidado lo que no
debías.
Lo que recuerdes que debes hacer bien, hazlo; así también lo que
te olvides, te será revelado. No entregues tu razón a un olvido irresponsable.
Las Escrituras nos dicen: El Infierno y la perdición están
delante del Señor. Esto lo dicen a propósito de la ignorancia y del olvido del
corazón.
El Infierno es la ignorancia: ambas realidades son invisibles.
La perdición es el olvido, porque ambas realidades consisten en haber perdido
algo que ya existía.
Ocúpate de tus males y no de los del prójimo: así no será
saqueada tu oficina espiritual.
La negligencia es la disipación de todo bien que tenemos el
poder de cumplir; pero la limosna y la oración hacen un llamado a quien ha sido
negligente.
Toda aflicción según Dios es una real obra de piedad. Porque el
verdadero amor se encuentra en la adversidad.
No digas que adquirido una virtud. sin aflicción; no es una
virtud probada la que ha sido adquirida en el solaz.
Considera el resultado de todo sufrimiento no buscado y
encontrarás en él la destrucción del pecado.
Muchos consejos dados por el prójimo nos son de ayuda, pero
ninguno se adapta mejor que el propio pensamiento.
Si buscas la curación, ten en cuenta tu conciencia, haz lo que
te dice y obtendrás una ventaja.
Los secretos de cada uno son conocidos por Dios y por la
conciencia. Por su intermedio que cada uno reciba su corrección.
El hombre persigue, según su propia voluntad lo que se encuentra
en sus posibilidades; pero es Dios el que produce el resultado final, según su
justicia.
Si deseas recibir alabanzas de los hombres, sin ser condenado,
ama primero el reproche por los pecados cometidos.
A cambio de toda la vergüenza que uno acepta en nombre de la
verdad de Cristo, recibirá cien veces otro tanto de gloria, por parte de la
gente. Pero es mejor que cada bien lo hagamos con miras a las cosas futuras.
Cuando un hombre hace el bien a otro con palabras o con obras,
que ambos comprendan que esto se produce por gracia de Dios. El que no
comprenda esto, será dominado por el que lo comprende.
El que alaba al prójimo por un motivo hipócrita, lo ofenderá en
la primera ocasión, y él mismo se sentirá avergonzado.
El que ignora la insidia de los enemigos, es fácilmente muerto
por ellos, y el que desconoce las causas de las pasiones, cae fácilmente.
La negligencia proviene del amor por el placer y en la
negligencia se origina el ocio. Dios ha donado a todos el conocimiento de lo
que les conviene.
El hombre aconseja a su prójimo como sabe hacerlo, Dios obra en
quien lo escucha, según su fe.
He visto personas rústicas que fueron humildes en su conducta. Y
sin embargo, se volvieron más sabias que los sabios.
Un hombre rústico, habiendo oído que aquellos habían sido
alabados, no imitó su humildad, sino que vanagloriándose de su rusticidad,
agregó a ésta su soberbia.
El que desprecia la inteligencia y se vanagloria de la falta de
doctrina, no es tosco solamente en su palabra, sin también en su conocimiento.
Una cosa es la sapiencia de la palabra y otra cosa es la
sabiduría; del mismo modo, una cosa es la rusticidad de la palabra y otra cosa
la fatuidad.
La inexperiencia al hablar no causará ningún daño al que es
piadoso, así como el humilde no se perjudicará a causa de la sapiencia de sus
palabras.
No digas: “No sé lo que tengo que hacer y no soy culpable si no
lo hago.” Si tu haces lo que sabes que tienes que hacer, todo el resto te será
revelado en consecuencia, como si se tratara de habitaciones, una a
continuación de la otra. No necesitas saber lo que viene después, si antes no
has puesto en marcha lo que le precede. Porque la ciencia se hincha a causa del
ocio, mientras que el amor edifica a causa de la soportación de todo.
Lee a través de las obras las palabras de las Sagradas
Escrituras y no elabores discursos aburridos hinchándote solamente con
conceptos.
El que ha abandonado la práctica y se apoya solamente en la
ciencia, tiene en sus manos un bastón de caña en lugar de una espada con dos
filos. Esto durante la guerra le perforará la mano -como dicen las Escrituras –
lo penetrará y le inyectará el veneno natural delante de los enemigos.
Todo pensamiento tiene para Dios un peso y una medida. Es
ciertamente posible pensar una misma cosa, ya sea de un modo pasional como de
una manera simple.
El que ha acatado un mandamiento, que se disponga a recibir la
prueba que a causa de ello le vendrá. Pues el amor por Cristo es puesto a
prueba mediante las adversidades.
Nos seas nunca despreciativo, descuidando el curso de tus
pensamientos. Porque Dios no pasa por encima de ningún pensamiento.
Cuando ves un pensamiento que te habla de la gloria humana,
debes saber con certeza que te depara vergüenza.
El enemigo conoce la justicia de la ley espiritual y busca
solamente el consenso de la mente. Así, o bien someterá a las fatigas de la
penitencia a quien tiene en su poder, o bien, si éste no hace penitencia, le
impondrá sufrimientos forzados. A veces, induce a rebelarse contra las
calamidades de tal forma, que le multiplica los dolores, y en el momento de la
muerte lo muestra como infiel a causa de su capacidad de suportación.
Muchos se han opuesto a los eventos de tantos modos; pero sin la
oración y la penitencia, nadie ha podido huir de la desgracia.
Los males se apoyan uno al otro. Del mismo modo, los bienes se
incrementan mutuamente y empujan a quienes los poseen hacia cuanto de bueno hay
más adelante.
El Diablo nos induce a no llevar la cuenta de los pequeños
pecados; en efecto, no tiene otro modo para llevarnos a males mayores.
Las alabanzas de los hombres son la raíz de la turbia
concupiscencia, mientras que el reproche del mal es la raíz de la sabiduría; no
solamente cuando se lo escucha, sino cuando se lo acepta.
Nada gana el que renuncia al mundo y luego permanece apegado a
los placeres, Lo que antes hacía mediante las riquezas, lo hace ahora, sin
poseer nada.
Del mismo modo, el que se contiene pero posee riquezas, es
espiritualmente hermano del precedente; es hijo de una misma madre con motivo
del placer espiritual pero de un padre distinto, debido al cambio de pasiones.
Existe el que cercena una pasión para seguir una voluptuosidad
más grande; y es loado por el que ignora su motivo. Y quizás ni siquiera él se
da cuenta de que hace cosas de las que no obtiene ningún provecho.

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