Silencio y Meditaciones
Carta a Hesiquio Juan, el solitario
Tú sabes hermano que la separación de un miembro que sufre ocasiona sufrimiento al resto de los miembros, y aunque no sea patente el mal que le hace sufrir, debes saber que su dolor se expresa por la lengua y que su mal se manifiesta por las lágrimas de los ojos. El sufrimiento sale fuera de su silencio interior mediante la lengua; ella es la llave del granero del cuerpo, y ella misma cierra y abre la puerta de las palabras, y de lo íntimo del corazón, tesoro de la inteligencia, ella abastece a sus amigos con una palabra de sus tesoros. Porque ella es la boca de la inteligencia, por medio de la cual habla la mente, y se hace abogado de su silencio íntimo, y como mediadora sirve a lo que aquella le ordena. Y la lengua comunica a los que la escuchan lo que el corazón, soberano de la inteligencia, le dice. Por lo tanto por medio de la lengua, llave de la mente, se abre la puerta del corazón; mas sin ella, esta puerta no se abre ni se puede oír sonido alguno. No obstante, sin la voz la inteligencia puede dar a conocer lo que lleva oculto, a través de una palabra silenciosa en forma de escrito, y así su silencio se expresa tácitamente; de todas maneras aunque la mente guarde sus secretos en el silencio, necesita de la lengua para exponerlos a su oído que escucha todos los sonidos. Mediante esta imagen puedes darte cuenta del dolor que causa tu separación de nosotros; pero ya que tu vida se encuentra en aquel equilibrio que nuestro Señor ha mostrado, encontramos consuelo para nuestra aflicción, y de este modo no te encuentras lejos de nosotros, pues el camino de tu vida est enraizado en el amor de Jesucristo; porque los que est n en el amor son una sola cosa por su proximidad, y puesto que en ellos el amor no se encuentra dividido, no hay ningún tipo de discrepancia entre ellos. Los que cumplen la voluntad del Señor Todopoderoso est n unidos en un solo cuerpo y tienen una única voluntad. Por lo tanto, hermano, desde que he oído algo de tu vida en Cristo, no ceso de hacer memoria de ti en mis pobres oraciones, e imploro la misericordia de Dios para que te conceda, según le plazca a su grandeza, consolidarte en tu vida. Y tampoco dudo pedirte una admonición en forma de discurso. Debes estar atento, hermano, a todo el curso de tu vida, y fijar en tu mente la meditación de la pasión del Señor, que es la fortaleza espiritual de nuestra alma, y el refugio de la justicia, donde se conserva el trabajo de las buenas obras. Debes estar atento, hermano, a los lazos ocultos, a las emboscadas encubiertas y a las trampas escondidas; y que no te dé fastidio pedir al Señor noche y día que proteja tus pasos para que no caigan en los astutos lazos de Satanás. Y si perseveras en esta oración, Dios no rehusará acceder a tu voluntad. Persevera, hermano, en esta gloria espiritual de la que te ha hecho digno la pasión de nuestro Señor. Y sé vigilante para mantener tu pensamiento lejos de las agitaciones; y debes estar atento a que las cosas gloriosas que tienes en Cristo no se transformen en algún tipo de soberbia. Porque la soberbia no echará en ti sus raíces, si tu mente está ocupada en la meditación de la encarnación de Cristo nuestro Señor, de forma que, por su gracia, puedas hacer fructificar las buenas obras. De hecho, sin su humillación estaríamos muy por debajo de la altura de sus dones, de modo que ni siquiera su recuerdo habría penetrado en nuestra mente. Es por esta razón que él nos ha dado la gracia, de manera que por propia voluntad nos haga entrar en comunión con él mismo y nos conduzca al Padre. Nosotros debemos alabarlo sin cesar; no es que eso sea necesario para (obtener) su gracia, porque nadie puede alabarlo como es debido, ya que su gracia es mayor que la alabanza de todos sus siervos; a nosotros nos basta reconocer que no tenemos la facultad ni para retribuirle ni para alabarlo como es debido. Y aquél que tiene este conocimiento de la gracia de Dios, casi puede decirse de él que lo ha saldado con la gracia. Debes estar atento en este trabajo precioso que tú sostienes, pues el hecho que lo haya s adquirido con fatiga, no significa que difícilmente puedas perderlo. Es más fácil perder que alcanzar; es mucho lo que se alcanza con la ascesis, pero puede perderse en un solo momento. En el momento que menos espera el dueño de la casa, viene el ladrón y horada su casa. Por eso es necesario que nuestro pensamiento vigile siempre, como el piloto que vigila para conservar su nave. Pues tú sabes bien, hermano, que con gran esfuerzo, con (noches) en vela, privaciones y angustias de todo tipo se logra la construcción completa de una nave, pero en pocos momentos puede acaecer su destrucción; del mismo modo la pintura de un hombre queda diseñada en una bella imagen mediante la combinación de colores y pigmentos, con talento y arte, pero su destrucción puede suceder en pocos momentos; y no es por el hecho de que fuera pintada con esfuerzo que pueda ser difícilmente destruida. Por lo tanto es más fácil la ruina que la reparación, la destrucción que la edificación. Medita pues aquellas cosas que Cristo tu maestro te ha prescrito y cree firmemente aquello que te ha trasmitido en su Evangelio. Elude la conversación ociosa, pues las palabras no te son nunca provechosas; porque la verbosidad lleva a la dispersión de la mente. 0. Sé, pues, pacífico y tranquilo en tu monasterio, y no repliques a nada de lo que se te mande, más bien obedece con alegría, y muchos te amarán.
1. Saluda a todo el mundo y sé el primero en el saludo, según lo que enseñó el Señor a los apóstoles, que siempre que entren saluden en primer lugar; pues diciendo sólo una palabra, alegras el pensamiento de alguien.
2. No te fijes en el resto de los hombres, aquellos que no aprendieron aun a ser discípulos, pues ni siquiera se preocupan de averiguar cuál es este tipo de vida y por qué este ejemplo apareció en el mundo; se creen que son sabios y piensan que su inteligencia les basta para instruirse.
3. Sé, pues, despreciado por el mundo para ser elegido por Dios; sé menospreciado entre los hombres para crecer ante tu Señor; sé como un indocto para que su sabiduría se afiance en ti; sé humilde hacia tus hermanos, pero prudente hacia el enemigo.
4. Que todo el mundo sea grande ante tus ojos, y no desprecies a aquél cuyo conocimiento te sea inferior.
5. No persigas de ninguna manera el honor, más bien inclínate hacia todos y no te enfades contra el hermano que se ensalza a sí mismo ante ti; has de saber que su conocimiento es pequeño, y es por la pequeñez del conocimiento que un hermano se ensalza ante su hermano.
6. Que tus obras externas revelen lo que hay en tu interior, no como pretensión ante los hombres, sino por la verdad ante el Señor Omnipotente.
7. Considera que no hay nada ante tus ojos, igual que si no estuvieras entre los hombres, para que no veas otra cosa sino a Dios, porque él es la causa de todo tu camino de conversión.
8. Considera a los hombres como para utilidad tuya, de forma que te alejes de los que se pierden, te aflijas por los que est n en el error, sufras por los que padecen, supliques por los pecadores, y pidas para los buenos la gracia de Dios para que su perseveren.
9. Así pues mientras estés en este mundo, que sea éste tu pensamiento. Pero viene el mundo nuevo donde no tendremos este conocimiento, ni el recuerdo ni la sabiduría, sino únicamente la admiración por la grandeza gloriosa del Señor Omnipotente.
10. Aquellos que envejecen en el monasterio tenlos en especial honor y en tu mente considéralos como padres. Y en tu vida debes comportarte como estuvieras convencido de ser el más pequeño de entre los hombres; y en medio de tus hermanos vive en el silencio, como un muerto sin voz. Y no seas murmurador contra tus hermanos, porque este pensamiento no viene del amor de Dios. Y procura no enfadarte, pues después de la ira te hará caer el odio.
11. El hombre perverso que se encuentra alejado de ti es también tu hermano, pero tú lo separas de ti y lo destruyes con las palabras de tus labios. Aleja todas estas cosas de tu mente y emplea tu pensamiento en tu Señor y no en los hombres.
12. Así pues, no te impongas un trabajo ascético que sea superior a tus propias fuerzas para que no seas esclavizado por el deseo de agradar a los otros.
13. Vive en comunión con tus hermanos porque eres fuente de paz en el monasterio. Te basta el trabajo interior: prefiere la vigilia al ayuno, porque la vigilia ilumina el pensamiento y despierta la mente, y apacigua al cuerpo, y es mucho más útil que todos los otros trabajos. De todos modos, también los que se fatigan en el ayuno están en coloquio con el Señor, y es el ayuno lo que aleja los deseos para que no sean esclavos del pecado.
14. Sé solícito en la lectura de las palabras de la Escritura, para que de ellas aprendas cómo estar con Dios. No escojas para ti mismo estar únicamente en oración dejando de lado la lectura, porque mientras tu cuerpo se esfuerza, tu mente esta ociosa. Modera tu vida ascética con diversas ocupaciones: un tiempo para la lectura, un tiempo para la oración, de manera que tu oración sea iluminada por la lectura. Porque el Señor Omnipotente no nos pide únicamente un aspecto externo, sino una mente docta en su esperanza, que sepa cómo alcanzar la perfección.
15. Sé a la vez siervo y hombre libre: siervo, porque obedeces, hombre libre porque no est s sujeto a nada, ni a la vanagloria ni a ninguna otra pasión.
16. Libra a tu alma de los lazos del pecado, y permanece en aquél que te ha liberado, Cristo. Adquiere la libertad del mundo nuevo ya en la vida temporal, y que no te esclavice el amor al dinero ni la gloria que proviene de agradar a los hombres.
17. No te impongas a ti mismo una ley, para que no seas esclavo de tu ley; sé una persona libre para poder hacer lo que quieras. Y no seas como aquellos que tienen una ley propia y no pueden apartarse de ella, ya sea por el temor de su propia mente, ya sea a causa del agrado de los otros, y se han sometido ellos mismos a la esclavitud de su propia ley. Habiéndolos Cristo liberado del yugo de la ley, se han sometido al yugo de su propia ley por el hecho que la han prescrito para sí mismos.
18. No te fijes nada, pues eres una criatura y tu voluntad esta sometida a cambios. Decide sobre lo que hay que decidir, pero sin asentar en tu mente que tú no cambias hacia otras cosas, pues no es por un pequeño cambio en tu comida que tu fe se cambia. Tu servicio al Señor Omnipotente se perfecciona en la mente, en el hombre interior, en él esta el servidor de Cristo.
19. Que nada te ate o te esclavice. Libra a tu alma del yugo del mundo con la libertad de la vida nueva. Hay noventa y nueve preceptos que fueron establecidos y anulados por Dios, y ¿quieres tu establecer tu propia ley? Porque muchos están más atentos a no perder la propia ley que a todas las leyes.
20. Por tanto, tu sé libre y libra a tu alma de cualquier esclavitud corruptora. De hecho, si no eres libre no puedes ser servidor de Cristo, porque el reino de la Jerusalén celestial, que es libre, no acoge a los esclavos. Los hijos de la libre son libres, y en absoluto son esclavizados por el mundo.
21. Así pues, sé discreto en tu vida, y cuando camines, que tu mirada no divague por doquier, sino que esté recogida ante ti.
22. Sé modesto y casto en tu atuendo; y que tu mirada esté inclinada hacia abajo y tu mente (levantada) hacia arriba, hacia tu Señor. Y con tu vista debes hacer así: en tanto que sea posible no mires con avidez el rostro de los otros, sino que tu mirada sea modesta y no mires de forma dominante, y custodia, como una virgen pura, tu alma para Cristo.
23. Sé amistoso con todos, pero no busques el vínculo con los familiares, porque no te lo pide tu vida. Tú eres un solitario y no es justo que estés vinculado a nada. Debes tener en gran estima en tu pensamiento a aquellos que te dicen una palabra útil, o a aquel que te amonesta para provecho tuyo; no te enfades por ello, pues tú podrías ser enemigo de la palabra de Dios.
24. Que tu alma sea vigilante en el servicio divino. Si es posible no debes saber quien está a tu lado, de modo que tu mente esté unida a tu Señor. No te corresponde hacer investigaciones, pues nadie te ha constituido en señor ni en juez, sino en súbdito que ni siquiera tiene autoridad sobre su persona.
25. No mires a los que pasan el tiempo con sus compañeros, para que la irritación no te agite la mente y pierda valor tu servicio.
26. No seas para nada exigente hacia tu propia necesidad, porque no te has hecho discípulo para esto, y tu necesidad ser en todo enriquecida. Has sido hecho discípulo de Cristo por la pobreza y la miseria. Si te sobreviene un beneficio para tu necesidad, considéralo como algo gratuito. Si consideras así el modo de disponer de tu necesidad, entonces puedes dar gracias y permanecer en tu pobreza sin lamentarte.
27. Persevera en la lectura de los profetas, pues de ellos aprender s la grandeza de Dios, su benignidad, su justicia y su gracia.
28. Y medita los sufrimientos de los mártires para poder conocer cuán grande es el amor de Dios.
29. Sé solícito, pues, de la doctrina de los sabios, y persevera en la lectura de aquel cuya erudición te sea útil. Pero no seas ávido de palabras como la mente infantil, sino discierne, como sabio, la palabra que contiene velada la fuerza, porque es por la palabra potente que te ha sido predicado el Evangelio de nuestro Salvador.
30. No seas como aquellos que aman oír variadas descripciones; más bien desea la palabra perfecta que te muestra cuál es la conducta perfecta.
31. Debes estar atento a los pensamientos de la mente. Y si te sobreviene un pensamiento malo, no te turbes, porque el conocimiento del Señor Omnipotente no observa los pensamientos pasajeros de tu mente, sino que él mira la profundidad de tu conciencia a ver si se complace en el pensamiento malo que se origina en ella. Porque los pensamientos odiosos nadan en la superficie del conocimiento, pero el Señor Omnipotente observa los movimientos que están por debajo, y que pueden expulsar los pensamientos odiosos. Pues él no juzga los que pasan por la mente, sino los pensamientos que están debajo de los odiosos, y que se manifiestan en la profundidad del conocimiento; a estos puede expulsarlos con su mano oculta. Por eso no perdona los pensamientos que manan de la profundidad de la mente, porque son los que pueden expulsar a los que pasan por la superficie de la mente; él juzga a aquellos que pasan por el corazón.
32. Y no temas, si un pensamiento odioso encuentra en ti su nido y se queda en tu mente por un cierto tiempo, mientras haya otro pensamiento que le esté por debajo y que odie el pensamiento que te ha acometido y no lo admita en su propósito, siempre puede ser arrancado y tú no ser s juzgado por eso. Mas es grande tu recompensa por aquél (pensamiento bueno) que mana de la profundidad de tu mente, porque él es el cimiento que no permite al pensamiento malo edificarse sobre él.
33. Debes estar atento a los (malos) pensamientos en los que tu mente se complace, y a los que ponen en ella su cimiento, porque éstos son los que se encubren al juicio de Dios; contra ellos ha sido decretada la sentencia.
34. Mas que en cualquier otra ascesis, esfuérzate en la lectura, porque muchas veces en la oración la mente divaga, pero en la lectura hasta (una mente) que divaga se encuentra recogida.
35. Que el amor de Dios sea en ti más fuerte que la muerte: porque si la muerte te deja libre del amor a las cosas, cuánto más justo es que el amor de Dios te deje libre del amor a las cosas.
36. No estés orgulloso sino de no ser orgulloso; no te jactes sino de no ser jactancioso. Aquél que esta orgulloso de esto, es justo que se enorgullezca, a pesar de que no es orgulloso; aquél que se jacta por esto, es justo que se jacte, a pesar de que no es jactancioso. Aquél que se alegra, es justo que se alegre, si en Dios se alegra. Aquél que exulta, es justo que exulte, si no exulta por las cosas del mundo.
37. Contra nada debes luchar sino contra el pecado.
38. No odies los males de los otros cuando aquéllos se encuentran en ti, sino muestra aversión hacia los males de tu propia persona.
39. Alaba las cosas buenas más con tus obras que con tus palabras.
40. Reprueba aquello que es odioso más con tus obras que con tus palabras. Cuando veas a alguien que es reprobado por su estupidez, no pienses en su estupidez sino medita si tú has hecho algo digno de reprobación.
41. Honra la paz más que cualquier otra cosa. Esfuérzate en primer lugar por reconciliarte contigo mismo, y así te ser fácil reconciliarte con los demás. Porque ¿cómo puede curar a los otros aquél cuyos ojos son ciegos?
42. Cualquier cosa que perturba la paz no ser tenida por buena, porque un bien no anula a otro bien. Todo aquello que te aleja de la paz, aléjalo de ti para poderte asentar en la paz.
43. Que el honor esté inculcado en tu rostro, no por una causa puramente exterior, sino por una causa interior.
44. Considera que tu verdadera riqueza es la misma verdad. Porque la verdad consiste en el amor de Dios, el conocimiento de su sabiduría, la perfección de su voluntad. Estas cosas, por lo tanto, deben encontrarse fijas en ti y no fuera de ti.
45. Todo aquello que se encuentra fuera de tu buena voluntad, considérelo como despreciable.
46. Sé en todo momento predicador del Evangelio. Tu ser s predicador del Evangelio asumiendo una vida evangélica.
47. Demuestra (a este mundo) que existe otro mundo. Tu demostrar s que existe otro mundo despreciando a este mundo.
48. Hermano Hesiquio, hemos de comprender que vivimos en un mundo de engaño. Si comprendemos que estamos en el engaño, el error ya no nos seduce. Es algo parecido a los que están soñando: si se dan cuenta, mientras sueñan, de que están contemplando un sueño y no la realidad, no se extraviarán detrás de su visión; del mismo modo aquél que ha sido capaz de darse cuenta de que en este mundo se encuentra en el error, no se ve agitado por el amor a las cosas.
49. Por lo tanto, amado nuestro, seamos perfectos antes de salir del cuerpo. Todos los días hemos de considerarlos como si fueran el último de nuestra vida. Y como uno que busca la retribución de su vida, tú debes evaluar día tras día tu ganancia, porque en ellos esta tu pérdida o tu ganancia.
50. Cuando llega la noche, congrega tu mente en la meditación de lo acaecido durante todo el día: considera la providencia de Dios hacia ti, piensa en los dones que te ha concedido a lo largo del día: el resplandor de la luna, la alegría de la luz del día, todas las horas y los momentos, las divisiones del tiempo, la percepción de los colores, la belleza de las criaturas, el curso del sol, el crecimiento de tu estatura, la conservación de tu persona, el soplar del viento, la abundancia de frutos, el servicio de los diversos elementos para tu placer, tu protección de frente a las adversidades, y el resto de cosas buenas. Cuando hayas considerado estas cosas, la admiración hacia el amor que Dios te ha manifestado emanar en ti y la acción de gracias por sus dones arder en ti.
51. Y considera aun si sucedió algo que fuera contrario a estos dones, y pregúntate a ti mismo: "¿Hice hoy algo que pueda irritar a Dios? ¿Dije o pensé algo contra la voluntad de Aquél que me creó?" Y si realmente te das cuenta que hiciste algo que le desagrada, levántate un momento para orar y dale gracias por los dones que te ha concedido por el servicio de todo el día, y suplica a causa de tus incorrecciones. Así dormir s en paz y sin pecado.
52. En caso de que alguien obrara mal hacia otro hombre, la gracia de Dios ha ordenado a la malicia del hombre perdonar al ofensor setenta veces siete, pues, cuánto más Dios perdonar a aquél que le ruega a causa de sus propios pecados!
53. Es estúpido el hecho de que, si nos enfadamos con alguien que nos es superior, dormimos bajo el temor y la angustia, pero irritando a Dios todo el día nos dormimos sin angustia, sin que haya en nosotros ni tan solo un pensamiento de dolor por ser ingratos a los dones de Dios.
54. Por lo tanto debes proponerte cada día esta regla: por la mañana reflexiona sobre el servicio de toda la noche y por la noche sobre el servicio de todo el día; y de esta forma, con pureza, acabar s todos tus días según la voluntad de Dios.
55. Cuando estés en oración ante Dios, presta atención a que tu mente esté recogida. Expulsa de tu interior los pensamientos perturbadores; asume el honor de Dios en tu alma; purifica los movimientos de tus pensamientos, y si debes luchar a causa suya, persiste en el combate y no cedas. Cuando Dios ve tu paciencia, entonces de pronto se manifiesta en ti la gracia, y tu mente se ve fortalecida, y tu corazón arde por el fervor, y los pensamientos de tu alma se iluminan, y quizá emanar n de ti intuiciones admirables sobre la grandeza de Dios. Pero esto solo sucede con mucha oración y un pensamiento puro; porque del mismo modo que no ponemos perfumes preciados en frascos pestilentes, tampoco Dios acepta las intuiciones sobre su grandeza en una mente aun odiosa.
56. Al comienzo de tu oración, piensa que estas ante Dios y di: "Santo, santo, santo, el Señor Omnipotente, el cielo y la tierra estan llenos de su gloria". Y después aquellas otras cosas que es de justicia recordar en tu oración, debes añadirlas siempre a tu oración: el recuerdo de la Iglesia de Dios, la oración por los enfermos y los afligidos, la súplica por los extraviados, la compasión hacia los pecadores, el perdón de los deudores.
57. Y así has de pedir la gracia de poder decir continuamente ante Dios en el interior tu alma: "Oh Dios, hazme digno, por tu gracia, de la grandeza que tienes preparada para dárnosla en el mundo nuevo como (recompensa) a nuestros trabajos, y que tu justicia no me juzgue en el gran día de tu venida. Oh Dios, hazme digno, por tu amor, de aquel conocimiento verdadero y de la comunión con tu amor perfecto". Y cuando hayas acabado tu súplica, pon el sello a tu oración con la oración que Cristo nuestro Señor dio a sus discípulos. Sé asiduo en todas estas cosas, medítalas, para poder progresar ante Dios y ante los hombres.
58. No confíes, hermano mío, en que el final de tu vida esté adornado con la belleza divina que ahora aparece pintada en ti; por este pensamiento la vanidad negligente comienza a actuar en ti hasta que consigue su efecto. Porque del mismo modo que no podemos estar seguros de que el recorrido de una nave llegue al puerto sin problemas, tampoco el hombre no est seguro si habrá o no escándalo a lo largo de su vida.
59. Es así como conservar s tu vida en las buenas obras: teniendo constantemente ante los ojos el signo de la muerte. Cuando el hombre no mira el día siguiente, el temor por el día presente est en sus acciones. A cuántos pecados y a cuánta vanidad hace frente aquél que cada día sopesa la propia vida y no piensa en el día siguiente.
60. Así, pues, movido por mi amor a ti y por tu sabiduría en Cristo, y gracias a nuestra mutua paz en Cristo, he escrito estas cosas, puesto que eres capaz de entenderlas, ya que son apropiadas a tu vida. Y que nuestro Señor, que te ha hecho digno de esta gloria excelsa, te conceda afirmarla y te haga también firme en la gracia con que él custodia tu vida, de manera que hasta el día de la manifestación de nuestro Salvador permanezcas firme en la fe. Y yo ruego y suplico que pidas para mí la misericordia de Cristo para que tenga misericordia de mí en el juicio.
BIBLIOGRAFÍA I. FUENTES BETTIOLO, Sulla preghiera = BETTIOLO, P., Sulla preghiera: Filosseno o Giovanni, en Le Muséon 94 (1981) 75- 89. BROCK, On Prayer = BROCK, S., John the Solitary, On Prayer, en The Journal of Theological Studies 30 (1979) 84-101. DEDERING, Ein Dialog = JOHANNES VON LYCOPOLIS, Ein Dialog über die Seele und die Affekte des Menschen. Sven Dedering ed., Uppsala 1936. HAUSHERR, Dialogue = HAUSHERR, I., Jean le Solitaire (Pseudo-Jean de Lycopolis), Dialogue sur l'me et les passions des hommes, en Orientalia Christiana Analecta 120, Roma 1939. (Traducción francesa del texto editado por S. Dedering). LAVENANT, Jean d'Apamée = LAVENANT, R., Jean d'Apamée, Dialogues et Traités, Sources Chrétiennes 311, París 1984. (Traducción francesa de los textos editados por Strothmann). NIN, Comentario a Ef 6,11 = Comentario de Juan el Solitario a Ef 6,11. M. Nin, OSB, ed., en Studia Monastica 33(1991)207-222. RIGNELL, Briefe = Briefe von Johannes dem Einsiedler. L.G. Rignell ed., Lund 1941. RIGNELL, Drei Traktate = Drei Traktate von Johannes dem Einsiedler (Johannes von Apameia). L.G. Rignell ed., Lund 1960. STROTHMANN, Sechs Gespr,,che = JOHANNES VON APAMEA, Sechs Gespr,,che mit Thomasios, der Briefeweschel zwischen Thomasios und Johannes und drei an Thomasios gerichtete Abhandlungen. W. Strothmann ed., Patristische Texte und Studien, Band 11, Walter de Gruyter, Berlin 1972.
La Ley Espiritual de Marcos el Asceta. (4)
Los hijos del hombre son falsos
en sus balanzas para hacer una injusticia (Sal 61:10), mientras que Dios
reserva para cada uno lo que te es de justicia.
Ni el que hace una injusticia tiene más ni el que la recibe
tiene de menos: ¡Se va el hombre como una imagen y se turba inútilmente! (Sal
38:6 y ss).
Cuando ves que alguno sufre mucho deshonor, debes saber que se
ha llenado de pensamientos de vanagloria y corta con disgusto la mies nacida de
las semillas de su corazón.
El que aprovecha más de lo debido de los placeres del cuerpo,
pagará cien veces más con sus penas por sus excesos.
El que da órdenes debe decir a su subordinado lo que debe hacer.
Si éste no lo escuchara, debe preanunciarle los males que lo afligirán.
El que sufre un desprecio por parte de alguien, y no trata de
devolvérselo, da fe por esto a Cristo, recibiendo cien veces más en este siglo
y en herencia la vida eterna.
El recuerdo de Dios es una fatiga del corazón ejercida por la
piedad. El que se olvida de Dios conduce una vida de placeres y se torna
insensible.
No digas: “El que es impasible no puede ser afligido.” Pues,
aunque no sufre por sí mismo, sufre por el prójimo.
Una vez que el enemigo se adueña de muchos pecados olvidados,
obliga al deudor a traerlos a la memoria. Se aprovecha así de la ley del
pecado.
Si quieres recordar continuamente a Dios, no rechaces como algo
injusto lo que te sucede; deberás soportarlo como algo que te aqueja
justamente. La paciencia por intermedio de todo evento suscita el recuerdo.
Pero el rechazo degrada el sentir espiritual del corazón y, mediante el
relajamiento, produce el olvido.
Si quieres que tus pecados sean perdonados por el Señor, no
proclames a los hombres ninguna virtud que tú posees; porque lo que nosotros
hacemos por las virtudes es lo que Dios hace por los pecados.
Cuando hayas escondido una virtud, no te exaltes como si tú
hubieses hecho justicia. Porque la justicia no es solamente esconder el bien,
sino también no pensar en nada de lo que es prohibido.
No te alegres cuando haces bien a alguien, sino cuando soportas
sin rencor la contradicción que a ello le sigue. Porque así como la noche viene
después del día, así los males siguen a las buenas acciones.
La vanagloria, la concupiscencia y la voluptuosidad no permiten
que una buena acción permanezca inmaculada, a menos que éstas no caigan antes,
gracias al temor a Dios.
En los dolores que no hemos buscado se esconde la misericordia
de Dios, que atrae al que la soporta hacia la penitencia y lo libera del
castigo eterno.
Algunos, obrando según los mandamientos, esperan poder ponerlos
sobre uno de los platillos de la balanza para que hagan de contrapeso con los
pecados; otros, con su obrar, hacen propicio a Aquel que ha muerto por nuestros
pecados. ¿Cabe preguntarse quién de ellos tenga un recto sentir?
El temor a la gehenna y el ansia del Reino nos procuran soportar
las cosas penosas; esto se produce no por nosotros mismos, sino por parte de
aquel que conoce nuestros pensamientos.
El que tiene fe en las realidades futuras se mantiene alejado de
los placeres sin que nadie le dé órdenes. El que es incrédulo, se torna
voluptuoso e insensible.
No digas: “¿Cómo puede llevar una vida voluptuosa el necesitado,
si no le surgen ocasiones?” Porque es posible vivir una vida tal, aun más
míseramente, por medio de los pensamientos.
Una cosa es el conocimiento de las cosas y otra es el conocimiento
de la verdad. Así como el Sol es distinto de la Luna, así el segundo
conocimiento es más ventajoso que el primero.
El conocimiento de las cosas se produce en proporción al
cumplimiento de los mandamientos, mientras que el conocimiento de la verdad, en
la medida de la esperanza en Cristo.
Si quieres salvarte y llegar al conocimiento de la verdad, trata
siempre de alcanzar el más allá de las realidades sensibles y de unirte a Dios
mediante la esperanza solamente. De este modo, si te hallaras involuntariamente
desviado, encontrando en tu camino principados y potestades que te hacen la
guerra con sus estímulos, los vencerás con la oración, permaneciendo lleno de
esperanza, y tendrás contigo la gracia de Dios que te arranca a la ira futura.
El que comprende lo que dice místicamente san Pablo refiriéndose
a que nuestra lucha es contra los espíritus de la maldad, podrá comprender
también la parábola que el Señor contaba para mostrar cómo debemos siempre orar
sin cansarnos.
La ley ordena trabajar durante seis días y mantenernos libres
durante el séptimo. Es por lo tanto una obra del alma la beneficencia mediante
las riquezas o las acciones. Su ocio y su reposo consisten en vender todo y
darlo a los pobres, según la Palabra del Señor, y una vez encontrado el reposo
mediante la pobreza voluntaria, en el darse al ocio de la esperanza espiritual.
San Pablo, solícitamente, también nos exhorta a entrar a este reposo, diciendo:
Esforcémonos por entrar en ese descanso (Hb 4:11).
Esto lo hemos dicho sin excluir lo que sucederá en el futuro y
sin querer establecer que se convertirá en la recompensa completa. Queremos
solamente decir que antes deberemos tener en el corazón la gracia operante del
Espíritu Santo y así, en proporción a ésta, entrar en el Reino de los Cielos.
Incluso el Señor, manifestando esto, nos decía que el Reino de los Cielos está
dentro de ti. Y también el Apóstol decía: La fe es la garantía de las cosas
esperadas (Hb 11:1), y también: Corred de tal modo de poder alcanzar (1 Co
9:24) y más aún: Examinaos para ver si estáis en la fe. ¿O no reconocéis que
Jesucristo vive en vosotros? ¿Sois quizás rebeldes?
El que ha conocido la verdad no se opone a los eventos
dolorosos. Sabe que éstos guían al hombre al temor de Dios.
Los pecados cometidos hace tiempo, recordados en detalle,
perjudican al hombre lleno de buenas esperanzas. Si emergen con tristeza, lo
distraen de la esperanza, si son representados sin tristeza, acumulan en el
alma su antigua fealdad.
Cuando el intelecto, mediante el rechazo de sí mismo, posee una
esperanza imposible de desmoronarse, es acometido por el Enemigo quien, con el
pretexto de la confesión, representa en su imaginación los males pasados,
devolviendo la vida a las pasiones que por la gracia de Dios, habían sido
olvidadas, y dañando secretamente al hombre. Esto se produce a tal punto que,
aunque iluminado y con odio a las pasiones, se sentirá confundido por lo hecho
y en tinieblas; y si aún se encontrara en la niebla y en el amor por el placer,
con seguridad se detendrá a meditar sobre estas cosas y mantendrá una relación
pasional respecto de los estímulos que lo motivan. De este modo pensará que
este recuerdo es una pasión precedentemente concebida y no una confesión.
Si quieres presentar a Dios una confesión irreprensible, no
recuerdes detalladamente tus errores y soporta con generosidad las
consecuencias.
Las penas sobrevienen de los pecados pasados y traen consigo lo
que está inherente a toda culpa.
El que tiene ciencia y conoce la verdad, hará una confesión a
Dios no tanto con el recuerdo de las acciones sino anteponiendo la lucha contra
las consecuencias.
Si rechazas la fatiga y el deshonor, no prometas hacer una
penitencia mediante las otras virtudes. Porque la vanagloria y la
insensibilidad siempre sirven al pecado, también con las cosas buenas.
Así como las fatigas y los deshonores suelen generar las
virtudes, así la voluptuosidad y la vanagloria generan los vicios.
Cada voluptuosidad del cuerpo deriva de un relajamiento
precedente. Y es la falta de fe la que genera el relajamiento
El que está bajo el pecado no puede por sí solo vencer el sentir
carnal, ya que en él el estímulo es incesante y se ha instalado en sus
miembros.
Cuando uno se halla rodeado por las pasiones, es necesario rezar
y someterse. A duras penas es posible mediante una ayuda luchar contra las
pasiones precedentemente concebidas.
El que con sumisión y oración lucha contra la voluntad, es un
atleta que tiene un buen método y da una prueba evidente de conducir la lucha
espiritual mediante la abstención de las realidades sensibles.
El que no une a Dios su propia voluntad, tropieza en sus obras y
cae en poder de los adversarios.
Cuando ves a dos malvados que sienten amor el uno por el otro,
debes saber que cada uno coopera con el otro para cumplir su propia voluntad.
El orgulloso y el vanaglorioso se entienden de buena gana.
Mientras uno alaba al vanaglorioso que aparenta someterse servilmente, el otro
magnifica al orgulloso que se alaba de continuo.
El discípulo que ama a Dios trata de obtener una ventaja de
estas dos cosas: si recibe un testimonio por sus buenas obras, se torna aún más
animoso; si es amonestado por las cosas malas, es inducido a hacer penitencia.
Pero para progresar es necesario también tener la vida; y para tener la vida
debemos levantar nuestra oración a Dios.
Es bueno atenerse al mandamiento capital y no preocuparse de los
detalles, ni rezar por los detalles, sino que debemos solamente buscar el Reino
y la Palabra de Dios. Si nos preocuparnos de las necesidades en particular,
deberemos rezar por cada una de ellas. El que hace algo o se preocupa de algo
sin oración, no lleva las cosas a buen fin. Esto es lo que ha dicho el Señor:
Sin mí nada podéis hacer (Jn 15:5).
Si uno desprecia el precepto de la oración, se sucederán para él
desobediencias peores, que se lo pasarán la una a la otra como un prisionero.
El que recibe bien los sufrimientos presentes a la espera de los
bienes futuros, ha encontrado el conocimiento de la verdad, y le será fácil
hacer frente a la ira y a la tristeza.
Quien por amor a la verdad elige ser maltratado y deshonrado,
camina por la vía apostólica, ya que toma la cruz y es atado por una cadena. El
que sin estas cosas trata de prestar atención a su corazón, se desvía
mentalmente y cae en las tentaciones y en los lazos del Diablo.
No es posible que venza el que lucha contra los malos
pensamientos pero no contra sus causas, ni el que lucha contra las causas, pero
no contra los pensamientos que éstas producen. Cuando rechazamos solamente una
de estas cosas, después de un corto tiempo nos encontramos sometidos a ambas.
El que contiende con los hombres por temor de recibir dolores y
ofensas, sufrirá aún más estando aquí por las desgracias que lo aquejarán, o
será castigado sin piedad en el siglo futuro.
El que quiere mantener alejada cualquier desgracia deberá orar
respecto de todas las cosas que mantienen relación con Dios, debiendo también
tener fija en Él la esperanza y, en cuanto le sea posible, no prestar atención
a las realidades sensibles.
Cuando el Diablo ve que un hombre se preocupa sin necesidad de
lo que concierne a su cuerpo, antes que nada lo priva del conocimiento
(espiritual). Y luego corta la cabeza de su esperanza en Dios.
Si logras alcanzar el fortín de la oración pura, no aceptes en
ese momento el conocimiento de las cosas que el Enemigo te presenta, para que
no te suceda que puedas perder lo mejor. Es preferible enviarle flechazos desde
lo alto con los dardos de la oración, mientras se encuentra acorralado, que
parlamentar con él, que nos presenta el mal y trama para apartarnos de la
súplica que está en su contra.
El conocimiento de las cosas, en el tiempo de la tentación y de
la pereza, es útil al hombre; pero en el tiempo de la oración es generalmente
perjudicial.
Si te sucedido que, habiendo enseñado en el Señor, te
desobedecieren, aflígete espiritualmente, pero no te turbes exteriormente. De
afligirte, no serás condenado como quien desobedece, pero si te turbas serás
tentado en la misma materia.
Cuando expones un discurso, no escondas lo que conviene a los
presentes; habla con claridad de las cosas bellas y en forma enigmática de las
cosas duras.
No subrayes las culpas de quien es un subalterno tuyo. Esto es
tarea más bien de autoridad que de consejo.
Lo que se dice en plural es apropiado para todos, ya que para
cada uno se tornara relevante en su conciencia la parte que le toca.
El que habla con rectitud debe, también él, recibir como de Dios
las palabras que dice. La verdad no es de quien habla sino de Dios, que es
quien actúa.
A aquellos de los cuales no has tenido una manifestación de
obediencia, no los enfrentes cuando se oponen a la verdad, para no suscitar
odio, como dicen las Escrituras.
El que cede ante quien es subalterno cuando éste contradice
inoportunamente, lo induce a error en la cosa que están tratando y lo hace
transgredir los votos de obediencia.
El que amonesta o corrige con temor de Dios al pecador, le
procura la virtud que se opone a su error. El que lo hace recordándole las
ofensas y dirigiéndose a él en modo malévolo, cae -según la ley spiritual – en
la misma pasión.
El que ha aprendido bien la ley, teme al legislador. Y quien le
teme se aparta de cualquier mal.
No tengas un doble discurso, hablando respecto dé algunas
disposiciones y otras manteniéndolas en la conciencia solamente. Este actuar es
puesto por las Escrituras bajo una maldición.
Existe, como dice el Apóstol, el que dice la verdad y es odiado
por los tontos. Y está el que es un hipócrita, y por esto es amado. Sin
embargo, ni la merced de uno ni la del otro tardará: porque a su debido tiempo
el Señor dará a cada uno lo que le es debido.
El que quiera eliminar las angustias futuras debe soportar de
buen grado las del tiempo presente. De esta manera, con el intercambio de una
cosa por la otra como en un comercio, por medio de pequeños dolores, logrará
escapar a los grandes castigos.
Sé garante de que tu hablar se mantenga alejado de la auto
alabanza y tu pensamiento de la presunción, para no ser abandonado por Dios y
hacer el mal. No depende solamente del hombre hacer el bien, sino también de
Dios, que vela sobre todas las cosas.
El Dios que vigila sobre todo, así como atribuye a nuestras
obras los resultados justos, hace otro tanto por los pensamientos y las reflexiones
voluntarias.
Los pensamientos involuntarios surgen de un pecado precedente.
mientras que los voluntarios derivan de nuestra libre voluntad. Por lo tanto,
estos últimos se vuelven responsables de los precedentes.
A los malos pensamientos que no son deliberados, sigue la
tristeza, por lo tanto son destruidos rápidamente; a los que son deliberados,
la alegría, y por esto es difícil desligarse de ellos.
El que ama el placer se entristece por los reproches y los
sufrimientos. El que ama a Dios, se entristece por las alabanzas y las
ganancias.
El que no conoce los juicios de Dios cruza espiritualmente por
una calle que corre entre precipicios y es fácilmente derribado por cualquier
viento. Si es alabado, se enorgullece; si se le hace un reproche, se amarga. Si
come abundantemente, se torna insensible; si sufre, se lamenta. Si comprende,
hace ostentación; si no comprende, finge. Si es rico, es arrogante; si es
pobre, es hipócrita. Si se ha saciado, es desvergonzado; si ayuna, es
vanaglorioso. Enfrenta a los que le reprochan y mira como insensatos a los que
lo perdonan.
Si, conforme a la gracia de Cristo, no se adquiere un debido
conocimiento de la verdad y temor a Dios, se arriesga a ser gravemente herido
no solamente por las pasiones, sino también por los sucesos.
Cuando quieres encontrar la solución de un asunto intrincado,
busca lo que, respecto de ello, es grato a Dios y encontrarás así la solución
útil.
Toda la Creación se pone al servicio de lo que es grato a Dios.
Por otro lado, todo lo que le rehuye, recibe también la resistencia de la
Creación.
El que enfrenta las cosas tristes que le suceden, lucha, sin
saber contra los mandamientos de Dios. El que las recibe con verdadera ciencia,
éste según las Escrituras espera con paciencia al Señor.
Cuando sobreviene una tentación, no busques el porqué o de quién
viene. Trata de rechazarla con rendición de gracias, sin tristeza y sin
rencores.
El mal de otros no nos agrega ningún pecado, siempre que no lo
recibamos con reflexiones equivocadas.
Ya que no es fácil encontrar a alguien que sea grato a Dios sin
tentaciones, debemos darle gracias por todo lo que sucede.
Si Pedro no hubiere faltado a la pesca nocturna, no hubiera
conseguido la del día siguiente. Si Pablo no hubiese quedado ciego en su
cuerpo, no hubiera vuelto a adquirir la vista espiritual. Y si Esteban no
hubiera sido calumniado como blasfemo, no hubiera visto a Dios mientras los
cielos se abrían.
Así como el actuar según Dios es denominado “virtud,” así la
tribulación que nos acomete imprevistamente es denominada “tentación.”
Dios tentó a Abraham, afligiéndolo para bien, y no para saber
cómo era, pues ya lo conocía, ya que Él conoce toda cosa antes de ser generada.
Pero quería, de este modo, ofrecerle la ocasión de la perfecta fe.
Toda tribulación revela cuál es la inclinación de la voluntad,
si ésta se vuelve hacia la izquierda o la derecha. Por ello la tribulación
accidental se llama tentación. Ésta hace que el que la experimenta siga las
indicaciones de sus voluntades escondidas.
El temor de Dios nos obliga a combatir el vicio. Pero mientras
nosotros luchamos es la gracia de Dios la que lo combate.
Sabiduría no es solamente el conocimiento de la verdad mediante
el natural sucederse de las cosas. También lo es soportar como propia la maldad
de quien nos ha hecho daño. Los que se han estacionado en la primera forma de
sabiduría, se tornan soberbios, mientras que los que han alcanzado la segunda,
han adquirido la humildad.
Si no quieres sufrir la operación de los malos pensamientos,
acepta el desprecio del alma y la tribulación de la carne. No parcialmente,
sino en todo tiempo, lugar y hecho.
El que se deja voluntariamente instruir por las tribulaciones,
no será dominado por pensamientos involuntarios. Pero el que no acepta las
primeras, es tomado prisionero, aunque no lo quiera, por los segundos.
Cuando se te hace daño, y tus entrañas y tu corazón se
endurecen, no te entristezcas, ya que la cosa fue provocada por voluntad
divina. Más bien, destruye con alegría todos los pensamientos que te alientan
en contra, sabiendo que cuando éstos son destruidos estando aún en el estadio
de estímulo, también el mal, luego que ha sido puesto en acción, es
habitualmente destruido. Sin embargo, si los pensamientos Continúan, también
éste aumenta.
Sin la contrición del corazón, es del todo imposible alejarse
del mal. Y lo que hace que el corazón se arrepienta es la triple continencia:
en el sueño, en la comida y en el relajamiento del cuerpo. La superabundancia
de estas cosas introduce el amor al placer y esto acarrea los malos
pensamientos, por eso se opone, ya a la oración ya al servicio conveniente.
Si te sucediera que debes dar órdenes a hermanos, mantente en la
posición en la que has sido puesto y no calles lo que conviene. Si obedecen,
recibirás la merced por sus virtudes. Si no obedecen, los perdonarás en todo
caso; así recibirás la recompensa correspondiente de Aquel que ha dicho:
Perdonad y seréis perdonados.
Todo acontecimiento se parece a una reunión festiva: el que sabe
traficar gana mucho en ello, pero el que no sabe hacerlo, es perjudicado.
Si alguien no te obedece después de que le has hablado por lo
menos una vez, no lo fuerces enfrentándolo. Toma para ti la ganancia de su
falta. Más que la corrección de éste, te beneficiará la paciencia.
Cuando el mal hecho a uno repercute sobre muchos, no deberemos
ser magnánimos ni buscar nuestra propia ventaja, sino la de muchos, para que
éstos se salven (1 Co 10:33). Más beneficia la virtud de muchos que la de uno
solo.
Si alguno cae en un pecado cualquiera, y no se entristece en la
medida debida a la entidad de su caída, tropieza nuevamente en la misma red.
Así como una leona no se acerca amistosamente a una vaquillona,
de igual modo la impudicia no es una disposición favorable para recibir la
tristeza según Dios.
Como la oveja no se acerca al lobo para engendrar hijos, así la
fatiga del corazón no se acerca a la saciedad para la concepción de la virtud.
Nadie puede sentir fatiga y tristeza según Dios, si antes no ama
lo que las produce.
El temor de Dios y el reproche reciben la tristeza. La
continencia y el desvelo tienen relación con la fatiga.
El que no se deja amansar por los mandamientos y amonestaciones
de las Escrituras, será puesto en evidencia con la fusta del caballo y la vara
del asno. Si rechazara también éstos, con la mordida y las riendas le cerrarán
las mandíbulas.
El que se deja vencer fácilmente por las pequeñas cosas, será
siervo también de las grandes. El que las desprecia, resistirá en el Señor a
las grandes.
No trates de hacer el bien con reproches a quien se vanagloria
por sus virtudes. Ya que éste no puede ser al mismo tiempo amante de la
ostentación y amante de la verdad.
Toda palabra de Cristo manifiesta la misericordia, la justicia y
la sabiduría de Dios, e instituye la potencia, mediante el oído, en aquellos
que escuchan de buen grado. Por tanto los que -siendo injustos y sin
misericordia – escucharon con fastidio, no pudieron comprender la sabiduría de
Dios, crucificando al que la enseñaba. Nosotros nos escrutarnos a nosotros
mismos para ver si lo escuchamos de buena gana. Él ha dicho: El que ama
observará mis mandamientos y será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré.
¿Ves cómo Él ha escondido la manifestación de sí mismo en los mandamientos? De
todos los mandamientos, el más comprensivo es el amor hacia Dios y al prójimo,
y consiste en la abstención de las cosas materiales y en la observación de la
hesichía de los pensamientos.
Sabiendo esto, el Señor nos manda: No os preocupéis por el
mañana (Mt 6:34). Justamente, el que no se haya liberado de las cosas
materiales y de la preocupación que la pérdida de las mismas conlleva, ¿cómo se
liberará de los malos pensamientos? Y el que se encuentre cercado por los
pensamientos, ¿cómo verá al pecado realmente existente que se encuentra en
ellos? Esto es tiniebla y niebla para el alma y tiene principio en las
reflexiones y las malas acciones. El Diablo tienta mediante un estímulo al cual
el hombre todavía puede resistir, dando así inicio a todo el proceso; el
hombre, por amor al placer y por vanagloria, entra de buena gana en tratativas.
Su discernimiento le haría rechazar el estímulo, pero en la práctica le toma
gusto y acepta.
Pero el que no haya, por lo menos, visto este proceso general
del pecado, rezando a este propósito, ¿será purificado? ¿Y si no fuera
purificado, como accederá al lugar de la pureza natural? Y si no accede, ¿como
verá la morada más interior de Cristo? ¡Ya que somos morada de Dios, según la
palabra profético, evangélica y apostólica!
Deberemos pues, conformándonos con lo que nos fuera dicho,
buscar la morada y golpear a la puerta, con perseverancia, mediante la oración.
De tal modo que, ya sea aquí o en el final de nuestras vidas, el Amo nos abra y
no suceda que si hemos sido negligentes Él nos diga: No sé donde estáis. No
sólo debemos pedir y recibir, sino custodiar lo que nos ha sido dado, pues hay
algunos que han recibido pero luego han perdido. Por tanto, un simple
conocimiento, o aun una experiencia accidental de las realidades que se han
dicho, pueden tenerlos también aquellos que han empezado tarde a aprender, y
los jóvenes. Pero en cuanto a la práctica constante y paciente, eso es sólo de
aquellos que son píos y experimentados entre los ancianos, a los cuales ha
sucedido a menudo perderla por falta de atención, luego de buscarla mediante
fatigas voluntarias y de encontrarla. También nosotros no cesarnos de hacerlo
así, hasta tanto no la poseamos sin que nos pueda ser quitada.
Entre los muchos preceptos de la ley espiritual, hemos conocido
estos pocos. Son preceptos que incluso el gran Salmista continuamente sugiere a
quien asiduamente trata de hacer y de aprender en el Señor Jesús. A Él la
gloria, el poder y la adoración, ahora y por los siglos. Amén.
La Ley Espiritual de Marcos el Asceta. (3)
A
propósito de aquéllos que se creen justificados por sus obras
La mala fe de los de afuera es inmediatamente demostrada por
parte de aquellos que tienen una fe firme y conocen la verdad.
El Señor, queriendo demostrar que cada mandamiento es justo y
que la adopción a los hijos ha sido donada a los hombres por medio de su
sangre, dice que cuando hayan hecho todo lo que les han mandado, entonces
dirán: Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer (Lc
17:10). Por esto el Reino de los Cielos no es merced por las obras, sino gracia
del Soberano preparada para los siervos fieles.
El siervo no pide la libertad como merced, pero se alegra
sabiéndose deudor y la recibe como gracia.
Cristo ha muerto por nuestros pecados, según las Escrituras (1
Co 15:3) y a quien lo sirve bien, le concede como gracia la libertad. Se ha
dicho: Bien, siervo bueno y. fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré en
lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor (Mt 25:21).
No es siervo fiel el que se apoya sobre el simple conocimiento,
sino aquel que cree mediante la obediencia en lo que Cristo ha mandado.
El que honra a su patrón, hace lo que está mandado. El que se
equivoca o desobedece, soportará las consecuencias como es debido.
Si quieres aprender, ama la fatiga. Pues la ciencia pura hace
que el hombre se sienta henchido.
Las tentaciones que nos acosan y que son inesperadas, nos
enseñan providencialmente a amar la fatiga y nos conducen a la penitencia,
aunque no lo queramos.
Las tribulaciones que caen sobre los hombres son el producto de
nuestro mal. Pero si las combatimos mediante la oración, encontraremos un
agregado de cosas buenas.
Algunos, recibiendo alabanzas por su virtud, han encontrado
placer en ello, considerando como un consuelo esta voluptuosidad de la
vanagloria. Otros, reprochados por su pecado, se han sentido angustiados y han
considerado como algo malo esta pena benéfica.
Los que, con el pretexto de su lucha, se levantan contra el que
es más negligente, consideran estar justificados por las obras de su cuerpo.
Pero aquellos que, apoyándose solamente en el conocimiento, desprecian a los
ignorantes, son incluso menos sensatos que los precedentes.
Sin las obras que le corresponden, el conocimiento no está aún
asegurado, admitiendo que sea verdadero. Porque, respecto a cualquier realidad,
la confirmación es dada por las obras.
A menudo el conocimiento es oscurecido por la negligencia en la
práctica. Puesto que de aquellas cosas que han sido realizadas de modo
completamente desacertado, perecerán poco a poco también los recuerdos.
Por ello, las Escrituras nos sugieren conocer a Dios según la
ciencia, para poder servirlo rectamente mediante nuestras obras.
Cuando exteriormente cumplimos los mandamientos, el Señor nos
envía capacidad de tanto en tanto, y obtenemos de ello ventajas según el
objetivo de nuestras intenciones.
El que quiere hacer algo y no puede hacerlo, es como aquel que
lo ha hecho por Dios, quien conoce los corazones. Y esto es válido, ya sea para
el bien, ya para el mal.
El intelecto, sin el cuerpo, cumple muy bien y muy mal. Pero el
cuerpo sin el intelecto, no puede cumplir con nada de esto. La explicación se
debe a que la ley de la libertad se reconoce antes de la acción.
Algunos que no cumplen los mandamientos creen de tener una fe
que procede con rectitud. Otros, que los cumplen, esperan al Reino como una
merced debida. Todos ellos se han desviado de la verdad.
El patrón no debe ninguna merced a sus esclavos; éstos, a su
vez, de no servir bien, no obtendrán su libertad.
Si Cristo ha muerto por nosotros (Rm 5:8), como dicen las
Escrituras, y nosotros no vivimos para nosotros mismos, sino para aquel que ha
muerto por nosotros y ha resucitado, es evidente que estamos comprometidos a
servirle hasta la muerte. ¿Cómo considerar cosa debida la adopción de hijos?
Cristo es el Soberano por esencia y Soberano según la economía.
Porque nos hizo cuando no existíamos y, muertos por el pecado, nos ha rescatado
mediante su propia sangre y ha donado su gracia a aquellos que lo creen así.
Cuando escuches de las Escrituras que Cristo recompensará a cada
uno según sus obras, no entiendas que se refiere a obras dignas de la gehenna o
del Reino. Debes entender que Cristo dará a cada uno una retribución por las obras
relativas a la incredulidad o a la fe en Él; no como un mediador de negocios,
sino como el Dios que nos ha creado y redimido.
Todos aquellos que hemos sido hechos dignos de un lavado de
regeneración, no presentamos nuestras buenas obras para lograr una retribución,
sino para custodiar la pureza que nos ha sido donada.
Toda buena obra, que realizamos mediante nuestra naturaleza, nos
mantiene alejados de lo contrario, pero sin la gracia no se puede alcanzar
ninguna santificación.
El continente se mantiene alejado de la gula. El que es pobre
voluntario, de la avaricia. El silencioso, del modo de hablar. El casto, del
amor al placer. El puro, de la fornicación. El que se basta a sí mismo, del
amor por el dinero. El manso, del tumulto. El humilde, de la vanagloria. El que
se somete, de la contienda. El que reprocha, de la hipocresía. Del mismo modo,
el que ora se mantiene alejado de la desesperación. El pobre, del deseo de
tener muchas posesiones. El confesor de la fe, de abjurar; y el mártir, de la
idolatría. ¿Ves cómo toda virtud que se practica hasta la muerte no es otra
cosa que la abstención del pecado? Pero abstenerse del pecado es obra de la
naturaleza, no un precio a pagar para recibir, en compensación, el Reino.
El hombre con dificultad custodia lo que es propio de su
naturaleza, pero Cristo, mediante la cruz, nos ha regalado el adoptarnos como
hijos.
Hay un precepto particular y vino general. Con uno se manda dar
a quien nada posee en forma particular; con el otro, se ordena que todos
renuncien a sus propios bienes.
Hay una acción de la gracia de la cual el simple no se percata.
Hay una operación de la malicia que es similar a la verdad. Está bien no
detenerse demasiado en estas cosas, para no errar; sin embargo no debemos
condenarlas, por la verdad que pueden contener. Deberemos presentar todo a Dios
por medio de la esperanza, ya que Él sabe de la utilidad de ambas cosas.
El que quiere cruzar el mar espiritual es paciente, humilde,
vigilante y continente, Sin estas cosas, aunque se esfuerce por entrar, no
podrá atravesar ese mar.
La hesichía es la rescisión de los males. Si luego agregamos las
cuatro virtudes, conjuntamente con la oración, no hay ayuda más rápida que ésta
para alcanzar la impasibilidad.
No es posible asociar el intelecto a la hesikia sin el cuerpo;
tampoco se puede eliminar la pared divisoria que se halla entre ellos sin
hesikia y oración.
El deseo de la carne está contra el Espíritu y el del Espíritu
está contra la carne (Ga 5:17). Pero aquellos que caminan según el Espíritu no
llevarán a cabo la concupiscencia de la carne.
No hay oración perfecta si no se invoca con el intelecto. Dios atiende
el pensamiento que grita sin distracción.
El intelecto que ora sin distracción refrena su corazón. Un
corazón contrito y humillado, Dios no lo desprecia (Sal 50:17).
A la oración también se la denomina virtud, aunque sea la madre
de todas las virtudes. Las genera, en efecto, uniéndose a Cristo.
Si algo hacemos sin oración y sin buena esperanza, resultará de
ello algo nocivo e imperfecto.
Cuando oyes que los últimos serán los primeros y los primeros,
últimos (Mt 20:16), entiende esto como referido a aquellos que son partícipes
de las virtudes y a los que son partícipes del amor. El amor está en el último
lugar entre las virtudes, pero se convierte en el primero por su valor y deja
como últimas aquellas virtudes que lo han precedido.
Si en la oración eres perezoso o atormentado por los variados
modos del mal, recuerda el final que te tocará vivir y los duros castigos. Mas
bien deberemos apegarnos a Dios con la oración y la esperanza, antes que tener
recuerdos exteriores, aunque éstos puedan ser útiles.
Ninguna de las virtudes, por sí sola, puede abrirnos las puertas
de nuestra naturaleza. Todas ellas deberán vincularse entre sí.
Ninguna persona continente se nutre de razonamientos, ya que,
aunque son útiles, no son más útiles que la esperanza.
Es un pecado de muerte todo pecado del cual no nos arrepentimos.
Y aunque un santo rogara por otro que cometió un pecado de este tipo, no sería
escuchado.
El que hace penitencia con rectitud no calcula compensar con su
fatiga los pecados anteriormente cometidos; pero con lo que hace, se torna
propicio a Dios.
Todo aquello que nuestra naturaleza puede tener como bueno,
deberemos cumplirlo cada día como una deuda. De otro modo, ¿qué podremos dar a
Dios a cambio por los males pasados?
Aunque podamos ejercitar al máximo nuestra virtud, si actuamos
con negligencia, obtendremos reproches antes que recompensas.
El que está espiritualmente atribulado y se apoya en la carne,
es parecido a aquel que está atribulado en su cuerpo pero disipado
espiritualmente.
La tribulación voluntaria de una de estas partes es buena para
la otra: la de la mente para la carnal; y la de la carne para la mental. Su
combinación origina una gran fatiga.
Es de gran virtud soportar lo que nos sucede y amar al prójimo
que nos odia, según la palabra del Señor.
La prueba de un amor no hipócrita es el perdón de nuestras
faltas. Es así como el Señor ha amado al mundo.
No es posible perdonar, desde nuestro corazón, algún error sin
verdadero conocimiento. Éste demuestra a cada uno como cosa propia lo que le ha
sucedido.
No perderás nunca lo que dejas para el Señor. A su debido tiempo
se te devolverá multiplicado.
Cuando el intelecto olvida los objetivos de una vida pía, la
obra exterior de la virtud se torna inútil.
En cualquier hombre es cosa deplorable la desconsideración;
tanto más en quien ha elegido un régimen de vida más riguroso.
Ponte a filosofar en torno a los hechos que giran alrededor del
querer del hombre y la retribución de Dios. El discurso no es más sabio ni más
útil que el obrar.
Las fatigas resultantes de llevar una vida pía son aliviadas por
el socorro. A éste se lo puede reconocer por medio de la ley divina y de la
conciencia.
Uno ha asumido un modo de sentir y lo ha mantenido sin someterlo
a ningún examen. Otro lo ha asumido y lo ha sometido al discernimiento con
verdad. ¿Es necesario indagar quién de los dos ha actuado con mayor piedad?
Luchar contra las propias penas constituye el verdadero
conocimiento, así como no acusar a los hombres por las propias desventuras.
El que hace el bien buscando una retribución, no sirve a Dios,
sino a la propia voluntad.
No es posible al que hubo pecado huir del castigo, a menos que
cumpla una penitencia que tenga relación con la culpa cometida.
Algunos dicen: “No podemos hacer el bien si no recibimos
eficazmente la gracia del Espíritu.”
Se da siempre que los que con la intención se mantienen apegados
a los placeres rechazan, como si hubieran sido privados de ayuda, lo que
hubieran podido hacer por sí solos.
A los que fueron bautizados en Cristo les fue misteriosamente
donada la gracia, la cual actúa en la medida en que cumplimos con los
mandamientos. La gracia nos ayuda sin cesar aunque en forma escondida, pero nos
corresponde a nosotros hacer el bien según nuestra posibilidad
Como primera cosa, ella despierta la conciencia de un modo digno
de Dios. Es por esto que muchos malhechores, una vez hecha penitencia, son
gratos a Dios.
A la gracia se la encuentra escondida en una enseñanza del
prójimo. A veces acompaña nuestra mente durante la lectura y, mediante un
proceso natural, adiestra al intelecto en la propia verdad. Si no escondemos,
el talento de este proceso parcial, entraremos eficazmente en el gozo del
Señor.
Quien busca los resultados del Espíritu antes de haber cumplido
los mandamientos, es similar a un esclavo comprado a un precio determinado,
quien, en el momento de ser comprado, trata de hacer registrar junto a su
precio también su libertad.
El que ha descubierto que los eventos exteriores se producen por
la justicia de Dios, éste, en la búsqueda del Señor, ha encontrado el
conocimiento junto con la justicia .
Si tú entiendes, según lo que dicen las Escrituras, que en toda
la Tierra están los juicios de Dios, cada acontecimiento será para ti maestro
del conocimiento de Dios.
Lo que sucede es cuanto debe suceder según lo que está en el
corazón Pero solamente Dios sabe cuánto estos acontecimientos nos benefician.
Cuando sufres algo deshonroso por parte de los hombres, piensa
en seguida en la gloria con la que Dios te colmará. Así te librarás de la
tristeza y de la turbación, aun estando en el deshonor. Y en la gloria, cuando
venga, serás fiel y libre de condena.
Cuando seas alabado por la gente, según la complacencia de Dios,
no mezcles nada ostentoso con la distribución del Señor. Esto es para que tú no
tropieces nuevamente, en la situación contraria, al cambiar las cosas.
La semilla no puede crecer sin tierra ni agua. Así el hombre no
obtendrá nada sin fatigas voluntarias ni ayuda divina.
Sin la nube es imposible que caiga la lluvia. Así, sin una buena
conciencia, no es posible ser gratos a Dios.
No te niegues a aprender aunque fueras sumamente inteligente.
Porque la divina distribución nos brinda más ventajas que nuestra inteligencia.
Cuando a causa de algún placer, el corazón es removido de su
lugar natural, se torna difícil detenerlo, casi como si fuera un piedra pesada
que rueda cuesta abajo.
Como un cordero inexperto que corre por los prados y termina en
un lugar rodeado por precipicios, así es el alma que poco a poco se deja
arrastrar por los pensamientos.
Una vez que el intelecto se ha hecho fuerte en el Señor, arranca
el alma de las pasiones concebidas hace bastante tiempo. Nuestro corazón es así
atormentado como por torturadores, encontrándose tironeado por partes opuestas
ya sea por el intelecto como por la pasión.
Así como aquellos que navegan en el mar, con la esperanza de una
ganancia, soportan voluntariamente el ardor del sol, aquellos que odian el mal
aman los reproches. Puesto que, así como el primero – el ardor del sol – se
opone a los vientos, el segundo – el reproche – se opone a las pasiones.
La huida en tiempo de invierno o en el día sábado causa dolor a
la carne y contaminación al alma. Tal es el surgir de las pasiones en un cuerpo
senil y en un alma consagrada.
Ninguno es tan bueno ni tan piadoso como el Señor. Pero el que
no hace penitencia, no es perdonado por Él tampoco.
Muchos de entre nosotros se afligen por los pecados, pero
reciben bien aquello que los causa.
La marmota que se arrastra bajo tierra, siendo ciega, no puede
ver las estrellas. Del mismo modo, el que no tiene fe respecto a las cosas
temporales, no puede creer lo que concierne a las eternas.
El verdadero conocimiento es donado por Dios a los hombres como
una gracia anterior a todas las gracias. A los que tienen una parte en ella les
enseña a creer en Aquel que les ha otorgado el don.
Cuando el alma en pecado no acepta los sufrimientos que la
afligen, los ángeles dicen de ella: Hemos curado a Babilonia, pero no se ha
sanado (Jn 28:9).
El intelecto que se ha olvidado del verdadero conocimiento,
¡lucha a favor de los enemigos casi como si fueran éstos la ayuda de los
hombres!
Así como el fuego no puede durar en el agua, tampoco un mal
pensamiento sobrevive en un corazón que ama a Dios. Porque quien quiera que ame
a Dios, ama también el penar. Y la pena voluntaria es por naturaleza enemiga
del placer.
La pasión que ha encontrado alimento por medio de la voluntad,
se sublevará luego violentamente contra el hombre que es partícipe, aunque éste
no lo quiera.
Amamos las causas de los pensamientos involuntarios, y es por
esto que éstos sobrevienen. En cuanto a los voluntarios, es evidente que amamos
sus acciones
La presunción y la arrogancia son causas de maledicencia. El
amor por el dinero y la vanagloria, de dureza de corazón y de hipocresía.
Cuando el Diablo ve que el intelecto reza desde el corazón, hace
que nos acosen grandes y malignas tentaciones. No trata de destruir pequeñas
virtudes con grandes ataques.
Un pensamiento que se detiene en nosotros, manifiesta la
disposición pasional del hombre. Cuando es destruido en seguida, es índice de
lucha de oposición.
Tres son los lugares espirituales en los cuales el intelecto
entra y se transforma: según natura, más allá de la natura y contra natura.
Cuando se halla según natura, se encuentra a sí mismo culpable de malos
pensamientos. Entonces confiesa a Dios sus pecados admitiendo las causas de las
pasiones. Pero cuando se encuentra en lugar contra natura, se olvida de la
justicia de Dios y combate a los hombres como si éstos le causaran daño. Cuando
es conducido al lugar más allá de la natura, encuentra los frutos del Espíritu
Santo, de los cuales nos hablara el Apóstol: amor, alegría, paz. Y ve que si da
preferencia a los deseos del cuerpo, no puede permanecer ese lugar. Y el que
abandona ese lugar cae en el pecado y en las terribles calamidades que le
siguen, aun que no inmediatamente, sino a su debido tiempo, como se da en la
justicia divina.
Para cada uno el conocimiento puede ser verdadero en la medida
que su humildad, su mansedumbre y su amor lo confirman como tal.
Todo aquel que fue bautizado según su fe, ha recibido
místicamente toda la gracia. Pero es mediante el cumplimiento de los
mandamientos que logra una certeza plena.
El mandamiento de Cristo cumplido con conciencia da consolación
en función de la multitud de dolores del corazón. Pero cada una de estas cosas
se realiza a su debido tiempo.
Sé perseverante en la súplica por cada cosa, pues nada puede ser
cumplido sin la ayuda de Dios.
Nada es más poderoso que la oración para obrar. Ni nada es más
útil para lograr la satisfacción de Dios.
La oración encierra en sí misma toda la actuación de los
mandamientos. Nada es más alto que el amor de Dios.
La oración libre de divagaciones es una señal del amor de Dios
para el que persevera en ella. Pero ser negligentes y descuidados en la oración
es índice de amor al placer.
El que vela, tiene paciencia y reza sin sentirse oprimido,
participa visiblemente del Espíritu Santo. Pero incluso el que es oprimido por
estas cosas y las soporta con voluntad recibe una pronta ayuda.
Existe un mandamiento que se manifiesta mejor que otro. Por lo
tanto, hay una fe que es más firme que otra.
Hay una fe que proviene del escuchar, como dice el Apóstol ; y
existe una fe que es la esencia de las cosas esperadas.
Es cosa buena hacer el bien con las palabras al que busca el
saber. Es mejor sin embargo, ayudar con la oración y la virtud. El que se
ofrece a Dios mediante estas cosas, ayuda también al prójimo con el remedio
adecuado.
Si con pocas palabras quieres hacer el bien a quien ama
aprender, indícale la oración, la recta fe y soportar cuanto le sucediere. Puesto
que todos los otros bienes se encuentran por intermedio de éstos.
A causa de aquello por lo cual se pone nuestra confianza en
Dios, se cesa de enfrentar al prójimo.
Si todo lo involuntario se origina en lo voluntario, como dicen
las Escrituras, nadie es tan enemigo del hombre como lo es él de sí mismo.
La ignorancia es el principio de todos los males, y después de
ésta sobreviene la incredulidad.
Huye de la tentación mediante la resistencia y la súplica. Si
tratas de oponerte sin estos medios, la tentación te aquejará aún más.
El que es manso según Dios, es más sabio que los sabios; y el
humilde de corazón más poderoso que los poderosos. Porque éstos llevan el yugo
de Cristo según su conocimiento.
Cualquier cosa que digamos o hagamos sin oración, será luego
peligrosa o dañina, y nos acusará sin que nos percatemos mediante los hechos.
Uno solo es justo en sus obras, las palabras y el pensamiento,
mientras que muchos son los justos mediante la fe, la gracia y la penitencia.
Así como es inusitado para el que hace penitencia tener otro
sentir de sí mismo, así es imposible tener sentimientos humildes para el que
peca voluntariamente.
La humildad no es una condena por parte de la conciencia, sino
un reconocimiento de la gracia de Dios y de su compasión.
Lo que constituye la casa material con respecto del área común a
todos, así es el intelecto razonable respecto a la gracia divina: cuanto más
material se echa hacia afuera, más entra en su lugar, mientras que cuanto más
material se coloca dentro, tanto más se retira.
El material de una casa está constituido por objetos y
alimentos. El material del intelecto, por la vanagloria y la voluptuosidad.
El espacio en el corazón es la esperanza de Dios. La falta de
espacio es representada por la preocupación por el cuerpo.
La gracia del Espíritu Santo es única e inmutable, pero actúa en
cada uno como quiere.
Tal como la lluvia caída sobre la tierra ofrece a cada planta la
calidad de nutrición que le conviene, dulce para las dulces, acre para las más
ásperas, así la gracia en el corazón de los fieles es colocada en forma
inmutable, pero gratifica con energías convenientes a las virtudes.
Para el que tiene hambre de Cristo, la gracia se convierte en
alimento; para el que tiene sed, en una dulcísima bebida; para el que tiene
frío, en un vestido; para el que se cansa, en reposo; para el que ora, en
certeza plena; para el que está de luto, en consolación.
Cuando lees en las Escrituras que el Espíritu Santo se posó en
cada uno de los Apóstoles, o que cayó sobre el profeta, o bien que actúa, que
se entristece, que se apaga, que es inducido a indignarse; o aun: que algunos
tienen una primicia mientras que otros están llenos del Espíritu Santo, no
pienses que en el Espíritu hay una escisión, un cambio o una mutación; debes
creer, como hemos dicho más arriba, que es inmutable, invariable y omnipotente.
Por lo tanto en sus operaciones sigue siendo lo que es y a cada uno le reserva
lo que le conviene en modo digno de Dios. Tal como un sol, se difunde sobre los
bautizados, pero cada uno de nosotros es iluminado en la medida en que ha
odiado las pasiones que lo obnubilaban y las ha apartado. Cuando aparece
alguien que las alma, de la misma manera es oscurecido.
El que odia las pasiones destruye sus causas. Pero el que
insiste en permanecer en las causas, es combatido por las pasiones.
Cuando somos acometidos por los malos pensamientos, la culpa es
de nosotros mismos y no de un pecado de nuestros progenitores.
Las raíces de los pensamientos son las malicias evidentes.
¡Pensar que nosotros las justificamos en toda circunstancia con manos, pies y
boca!
No es posible que tengamos un comercio mental con una pasión si
no alimentamos las causas.
¿Quién de nosotros desprecia la vergüenza y luego mantiene un
comercio con la vanagloria? O, ¿quién, si arna el desprecio, se turba por el
deshonor? ¿Y quién, teniendo el corazón arrepentido y humillado, recibe bien
dispuesto la voluptuosidad de la carne? O, ¿quién, si cree en Cristo, se
preocupa o pelea por las cosas temporales?
El que es tratado con desprecio y no reacciona ni con la palabra
ni con el pensamiento, adquiere un conocimiento verdadero y manifiesta una fe
firme en el Señor.
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